jueves, 12 de septiembre de 2013

LOS RESPONSABLES DE LA DESTRUCCIÓN - ¿Fueron los franceses?

La versión de que fueron los franceses los responsables del incendio de San Sebastián partió de fuente inglesa y más concretamente del mismo Wellington, duque de Ciudad Rodrigo, con el indudable propósito de exculpar de tamaña responsabilidad a su propia gente. Tan pronto como se difundió por España la noticia de aquella horrible devastación, la opinión pública, así en las conversaciones como en periódicos que entonces veían la luz, culpó de ta abominables excesos a las mismas tropas anglo-portuguesas que habían entrado en la ciudad como libertadoras, y no eximía de culpa y de responsabilidad al general inglés que las mandaba. La Regencia del reino, movida por este universal clamor, al cual no podía ser indiferente, se dirigió por medio del ministro de la Guerra al mismo duque de Ciudad Rodrigo para que le informase sobre el particular. El generalísimo contestó remitiéndose a lo que, como súbdito de Gran Bretaña, informaba el embajador de su nación, con quien la Regencia debía entenderse.

Como era natural, lord Wellington trató de justificar en este informe a sir Thomas Graham y a sus oficiales de la inculpación de incendiarios que se les hacía, y del designio que se les atribuía de querer vengarse de la población donostiarra por su comercio con los franceses en perjuicio de los intereses de la Gran Bretaña. Aseguraba haber hecho lo posible por conservar la ciudad, negándose a bombardearla como le proponían. Afirmaba que el 30 de Agosto, cuando él estuvo en el sitio, ardía ya la ciudad, y que era preciso que el fuego lo hubiese puesto el enemigo: que en las calles había sido terrible el choque entre los sitiados y la guarnición , y que habían hecho explosión muchos combustibles atravesados en ellas, ocasionando la muerte de muchas personas y el incendio de varios edificios. Que se había hecho lo posible por las tropas británicas para apagar el fuego; y por último, que en el parte del general Rey al gobierno francés se decía que, cuando comenzó el asalto, ardía la ciudad en seis parajes distintos, lo que probaba que no había sido puesto el fuego por los soldados por los soldados ingleses.
Tanta importancia dio la Regencia a esta exposión del duque de Ciudad Rodrigo, y tanta necesidad veía de aplacar los ánimos irritados, que la hizo publicar por suplemento extraordinario a la Gaceta de Madrid (5). El duque de Ciudad Rodrigo se atreve incluso a inculpar a los franceses en el despacho que dirigió a la ciudad de San Sebastián con fecha de 2 de noviembre de 1813: "El curso de las operaciones de la guerra hizo necesario el que la expresada plaza fuese atacada para echar al enemigo del territorio español; fue para mi un asunto del mayor sentimiento el ver que el enemigo la destruyó por su antojo" (6). 
Un soldado tan distinguido y nuestro como el mariscal Miguel de Alava, quizás el único general español que en aquellas fechas mantenía relaciones cordiales con Wellington, escribía también desde el cuartel general de Lesaca a San Sebastián diciendo que había creído conveniente no dar curso al oficio que le remitió la Ciudad para el Duque de Ciudad Rodrigo: "Primero porque está fundada bajo un supuesto falso, pues que los ingleses no pueden haber tirado bombas respecto de no tener mortero alguno; y si han tirado alguna granada, habrá sido meramente a la muralla y no haber podido causar daño alguno a la ciudad. Así se ha practicado en Badajoz y Ciudad Rodrigo y así se practica siempre por el Lord en cuantas plazas españolas y portuguesas ha sitiado hasta aquí (nota al margen de otra letra: "menos en San Sebastián que todo, todo lo vimos") y no hay razón alguna que haya podido hacer variar a S. E. de esta conducta tratándose de una ciudad tan benemérita como esa y cuyo mérito lo sabe tan bien como yo. El fuego que ha destruido las casas que se hallan al frente de la Brecha fue puesto por los enemigos con el fin de defenderla como se acostumbra en tales casos, según lo exigen las reglas del arte en tales оcasiones; así que no puede imputarse a los ingleses este desgraciado acontecimiento" (7).
Sin embargo, la imputación contra los franceses no resiste a una crítica imparcial de las fuentes por las que conocemos estos acontecimientos; y la Ciudad donostiarra y la opinión pública de toda la nación no hizo juego a estas aseveraciones, que por otra parte envuelven errores de bulto. No es exacta la afirmación que sugiere Wellington de que la lucha fue terrible en las calles. Iniciado el ataque una hora antes de la bajamar, a las once de la mañana de aquel triste día del 31 de agosto, a las dos las tropas aliadas se hallaban en un situación muy comprometida, comenzando ya el reflujo, sin haber alcanzado ningún objetivo firme y habiendo sufrido grandes pérdidas. Entonces ocurrió el accidente fortuito de la explosión de un pequeño depósito de municiones situado a las espaldas de los defensores, a la que siguió la voladura de otros repuestos. El accidente produjo muchas bajas en los soldados de la guarnición y sobre todo sembró entre ellos la confusión, lo cual fue aprovechado por los escoceses del coronel Barnes para ganar los primeros traveses y a través del cubo Imperial escurrirse hasta la Plaza Vieja. Entonces el comandante francés de la plaza, General Rey, que tan heroica resistencia había ofrecido hasta el momento, dio la señal de retirada al Castillo aprovechando las empalizadas y defensas emplazadas en las calles solamente para proteger la retirada, puesto que no era posible prolongar la resistencia en ellas contra un enemigo tres o cuatro veces superior en número. U'na hora después, a las tres de la tarde, la fortaleza del Castillo había cerrado su puertas y unos setecientos soldados que no lograron alcanzarlas para entonces cayeron prisioneros en vista de una resistencia inútil. En contra de la afirmación del Duque, todas las fuentes están de acuerdo en que la resistencia francesa en las calles no duró más que una hora y sólo hubo un tiroteo de  cierta consideración en el atrio de Santa María. Por ahorrar las citas, mencionaremos la más cualificada de ellas en el caso, cual es el parte oficial del general inglés Graham (8). 
La afirmación del generalísimo inglés de que el día 30 ardía ya la Ciudad y que el general Rey comunicaba a su gobierno que cuando comenzó el asalto había fuego en seis parajes distintos, no puede ser confirmada por el parte de este último, pues probablemente duerme todavía en el archivo del Ministerio de Guerra francés. La noticia es verosímil y hasta podríamos considerarla cierta por razón de analogía, si no estuviese en contra la afirmación del Manifiesto del Ayuntamiento donostiarra, que dice textualmente que "desde el 23 de julio hasta el 29 se quemaron y destruyeron por las baterías de los aliados 63 casas en el barrio cercano a la Brecha; pero ese fuego se cortó y extinguió enteramente el 29 de julio por las activas disposiciones del Ayuntamiento, y no hubo después fuego alguno en el cuerpo de la Ciudad hasta la tardeada del 31 de agosto después que entraron los aliados". 
Dos cartas del general Rey al ministro de Guerra de fecha de 26 y 27 de julio hablan de esto último, y la primera se refiere al incendio con las siguentes frases que traduzco: "El enemigo ha disparado durante todo el día gran cantidad de proyectiles de espoleta retardada (boulet creux) y no ha arrojado más que algunos obuses sobre las casas incendiadas... La mitad de la Ciudad está totalmente destruida por el fuego y la mayor parte de las casas restantes se hallan dañadas; no se ha podido todavía llegar a detener el incendio; si el viento llegase a aumentar, el resto de la Ciudad estaría perdido". 
En la segunda carta del 27 de julio escribe: "Esta Ciudad merecería mejor suerte; habiendo aumentado el viento, hacemos todos nuestros esfuerzos para disminuir su efecto y detener el incendio" (9).
Por el Manifiesto sabemos que el 29 se logró extinguir el fuego; pero si éste era producido por las baterías aliadas, es poco probable que más o menos esporádicamente no volviera a producirse. Y parece que se produjo, pues la afirmación de Wellington es comprobada, fuera de toda intención, por un oficial inglés otro francés, presentes en el sitio, John Jones y el mayor Belmas, cual último escribe: "el 26 el fuego prendió de nuevo en varios lugares de la Ciudad" (10).  
Realmènte desconcierta esta contradicción entre el Manifiesto y las otras fuentes aportadas. Aplicando los principios de la metodología histórica, habría que dar más crédito al parte del general Rey y a la afirmación del mayor Belmas que a los otros testimonios, pues el hecho que constatan ni les favorece ni les perjudicа. Pero la aceptación de esta hipótesis violenta los sentimientos casi filiales hacia los 149 prohombres donostiarras que al frente de sus autoridades civiles y eclesiásticas redactaron y firmaron el Manifiesto. En todo caso no cabe ser demasiado severos hacia unos hombres terriblemente castigados por el golpe de la fortuna que, para confirmar una verdad general, no cuidan de la exactitud de un detalle particular. 
En cuanto a lą nota del mariscal Alava, la afirmación más destacada de ella es que niega la responsabilidad inglesa o aliada en el incendio de San Sebastián por el supuesto de que ellos no pudieron haber tirado bombas sobre la Ciudad respecto de no tener mortero alguno, sino en todo caso alguna granada y solamente a la muralla. Pero el supuesto del mariscal vitoriano es totalmente gratuito у falso, ya que en San Sebastián, a diferencia de otros sitios, se emplearon con toda seguridad morteros. He consultado con un experto sobre el sentido de la frase del general Rey en la que refiriéndose al enemigo dice: "il a tiré dans la journée une grande quantité de boulets creux; il n'a jeté que quelques obus sur les maisons incendiées", y me ha manifestado la opinión de que la palabra obús viene a significar proyectil de mortero. Pero no es en esta opinión donde se apoya la certeza del aserto, sino en numerosos testimonios fidedignos. De las 212 piezas de artillería que emplearon los aliados en el asedio, 16 eran morteros de 10 pulgadas, y otro, éste español, de 12 pulgadas. Estos morteros con otras piezas fueron desembarcados en Pasajes, donde llegaron 22 barcos con hombres y material de guerra para el asalto, v casualmente en el desembarco cayó al agua otro mortero más que no se pudo recuperar (11). 
En unas curiosas cartas del prócer donostiarra José Ignacio de Sagasti a un amigo, y que Soraluce publicó en el Boletín de la Real Academia de la Historia en 1897, se refieren interesantes y curiosos datos sobre los sucesos que comentamos. En la carta del 23 de agosto, fechada en Usúrbil, afirma que en el casco, sin contar los barrios de San Martín y San Bartolomé, hay 80 y tantas casas por tierra. "Una casa inmediata a la mía ha sido quemada por una bomba" (12). Con este testimonio se puede más que poner en duda las intenciones angelicales que Alava atribuye a los ingleses, que no arrojaban bombas más que a las murallas.

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(5) MODESTO LAFUENTE: Historia General de España, t. XXV (Madrid, 1861), págs. 503-504. Véase este "Artículo de Oficio", publicado en la Gazeta del 4 de noviembre, en el apéndice documental. (6) La mayor parte de estos documentos fueron recopilados por el archivero D. BALDOMERO ANABITARTE y publicados con el siguiente título: Colección de Documentos históricos del Archivo Municipal de la M. N. y M. L. Ciudad de San Sebastián, publicado (sic) a expensas del Excmo. Ayuntamiento de la misma por acuerdo de 22 de enero de 1895. Años 1200-1813 (San Sebastián, 1895). El citado documento en la pág. 290.
(7) MIGUEL ARTOLA: Historia de la reconstrucción de San Sebastián. Ediciones del Excmo. Ayuntamiento de la Ciudad de San Sebastián (San Sebastián, 1963), pág. 76.
(8) OLAVIDE-ALVARELLOS-VIGÓN: Ob. cit., pág. 356. 
(9) Véanse las dos cartas en el apéndice. y (10) "Le 26, le feu prit de nouveau á la ville en plusieurs endroits": MAJOR BELMAS: Journaux des siéges faits et soutenus par les Français dans la Peninsule (París, 1836), pág. 634, citado por A. BRIALMONT: Histoire du Duc de Wellington, t. III (Bruselas, 1859), pág. 149.
(11) OLAVIDE-ALBARELLOS-VIGÓN: Ob. cit., pág. 340.
(12) PEDRO M. DE SORALUCE: Cartas inéditas referentes al sitio, bombardeo y destrucción de San Sebastián, en "Boletín de la Real Academia de la Historia", 31 (1897), pág. 361. 

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