Como era natural, lord Wellington trató de justificar en este informe a sir Thomas Graham y a sus oficiales de la inculpación de incendiarios que se les hacía, y del designio que se les atribuía de querer vengarse de la población donostiarra por su comercio con los franceses en perjuicio de los intereses de la Gran Bretaña. Aseguraba haber hecho lo posible por conservar la ciudad, negándose a bombardearla como le proponían. Afirmaba que el 30 de Agosto, cuando él estuvo en el sitio, ardía ya la ciudad, y que era preciso que el fuego lo hubiese puesto el enemigo: que en las calles había sido terrible el choque entre los sitiados y la guarnición , y que habían hecho explosión muchos combustibles atravesados en ellas, ocasionando la muerte de muchas personas y el incendio de varios edificios. Que se había hecho lo posible por las tropas británicas para apagar el fuego; y por último, que en el parte del general Rey al gobierno francés se decía que, cuando comenzó el asalto, ardía la ciudad en seis parajes distintos, lo que probaba que no había sido puesto el fuego por los soldados por los soldados ingleses.
Tanta importancia dio la Regencia a esta exposión del duque
de Ciudad Rodrigo, y tanta necesidad veía de aplacar los ánimos
irritados, que la hizo publicar por suplemento extraordinario a la
Gaceta de Madrid (5).
El duque de Ciudad Rodrigo se atreve incluso a inculpar a los
franceses en el despacho que dirigió a la ciudad de San Sebastián
con fecha de 2 de noviembre de 1813: "El curso de las operaciones de la guerra hizo necesario el que la expresada plaza fuese atacada para echar al enemigo del territorio español; fue para mi un
asunto del mayor sentimiento el ver que el enemigo la destruyó por
su antojo" (6).
Un soldado tan distinguido y nuestro como el mariscal Miguel
de Alava, quizás el único general español que en aquellas fechas
mantenía relaciones cordiales con Wellington, escribía también desde el cuartel general de Lesaca a San Sebastián diciendo que había
creído conveniente no dar curso al oficio que le remitió la Ciudad
para el Duque de Ciudad Rodrigo: "Primero porque está fundada
bajo un supuesto falso, pues que los ingleses no pueden haber tirado bombas respecto de no tener mortero alguno; y si han tirado
alguna granada, habrá sido meramente a la muralla y no haber
podido causar daño alguno a la ciudad. Así se ha practicado en Badajoz y Ciudad Rodrigo y así se practica siempre por el Lord
en cuantas plazas españolas y portuguesas ha sitiado hasta aquí
(nota al margen de otra letra: "menos en San Sebastián que todo,
todo lo vimos") y no hay razón alguna que haya podido hacer variar a S. E. de esta conducta tratándose de una ciudad tan benemérita como esa y cuyo mérito lo sabe tan bien como yo. El fuego
que ha destruido las casas que se hallan al frente de la Brecha fue
puesto por los enemigos con el fin de defenderla como se acostumbra en tales casos, según lo exigen las reglas del arte en tales оcasiones; así que no puede imputarse a los ingleses este desgraciado
acontecimiento" (7).
Sin embargo, la imputación contra los franceses no resiste a
una crítica imparcial de las fuentes por las que conocemos estos
acontecimientos; y la Ciudad donostiarra y la opinión pública de
toda la nación no hizo juego a estas aseveraciones, que por otra
parte envuelven errores de bulto. No es exacta la afirmación que
sugiere Wellington de que la lucha fue terrible en las calles. Iniciado el ataque una hora antes de la bajamar, a las once de la
mañana de aquel triste día del 31 de agosto, a las dos las tropas
aliadas se hallaban en un situación muy comprometida, comenzando ya el reflujo, sin haber alcanzado ningún objetivo firme y habiendo sufrido grandes pérdidas. Entonces ocurrió el accidente fortuito de la explosión de un pequeño depósito de municiones situado a las espaldas de los defensores, a la que siguió la voladura de
otros repuestos. El accidente produjo muchas bajas en los soldados de la guarnición y sobre todo sembró entre ellos la confusión,
lo cual fue aprovechado por los escoceses del coronel Barnes para
ganar los primeros traveses y a través del cubo Imperial escurrirse
hasta la Plaza Vieja. Entonces el comandante francés de la plaza,
General Rey, que tan heroica resistencia había ofrecido hasta el
momento, dio la señal de retirada al Castillo aprovechando las
empalizadas y defensas emplazadas en las calles solamente para
proteger la retirada, puesto que no era posible prolongar la resistencia en ellas contra un enemigo tres o cuatro veces superior en
número. U'na hora después, a las tres de la tarde, la fortaleza del
Castillo había cerrado su puertas y unos setecientos soldados que
no lograron alcanzarlas para entonces cayeron prisioneros en vista
de una resistencia inútil. En contra de la afirmación del Duque,
todas las fuentes están de acuerdo en que la resistencia francesa
en las calles no duró más que una hora y sólo hubo un tiroteo de
cierta consideración en el atrio de Santa María. Por ahorrar las
citas, mencionaremos la más cualificada de ellas en el caso, cual
es el parte oficial del general inglés Graham (8).
La afirmación del generalísimo inglés de que el día 30 ardía ya
la Ciudad y que el general Rey comunicaba a su gobierno que
cuando comenzó el asalto había fuego en seis parajes distintos, no
puede ser confirmada por el parte de este último, pues probablemente duerme todavía en el archivo del Ministerio de Guerra francés. La noticia es verosímil y hasta podríamos considerarla cierta
por razón de analogía, si no estuviese en contra la afirmación del
Manifiesto del Ayuntamiento donostiarra, que dice textualmente
que "desde el 23 de julio hasta el 29 se quemaron y destruyeron
por las baterías de los aliados 63 casas en el barrio cercano a la
Brecha; pero ese fuego se cortó y extinguió enteramente el 29 de
julio por las activas disposiciones del Ayuntamiento, y no hubo después fuego alguno en el cuerpo de la Ciudad hasta la tardeada
del 31 de agosto después que entraron los aliados".
Dos cartas del general Rey al ministro de Guerra de fecha de
26 y 27 de julio hablan de esto último, y la primera se refiere al
incendio con las siguentes frases que traduzco: "El enemigo ha
disparado durante todo el día gran cantidad de proyectiles de espoleta retardada (boulet creux) y no ha arrojado más que algunos
obuses sobre las casas incendiadas... La mitad de la Ciudad está
totalmente destruida por el fuego y la mayor parte de las casas
restantes se hallan dañadas; no se ha podido todavía llegar a detener el incendio; si el viento llegase a aumentar, el resto de la
Ciudad estaría perdido".
En la segunda carta del 27 de julio escribe: "Esta Ciudad merecería mejor suerte; habiendo aumentado el viento, hacemos todos
nuestros esfuerzos para disminuir su efecto y detener el incendio" (9).
Por el Manifiesto sabemos que el 29 se logró extinguir el fuego; pero si éste era producido por las baterías aliadas, es poco
probable que más o menos esporádicamente no volviera a producirse. Y parece que se produjo, pues la afirmación de Wellington
es comprobada, fuera de toda intención, por un oficial inglés
otro francés, presentes en el sitio, John Jones y el mayor Belmas,
cual último escribe: "el 26 el fuego prendió de nuevo en varios
lugares de la Ciudad" (10).
Realmènte desconcierta esta contradicción entre el Manifiesto
y las otras fuentes aportadas. Aplicando los principios de la metodología histórica, habría que dar más crédito al parte del general
Rey y a la afirmación del mayor Belmas que a los otros testimonios, pues el hecho que constatan ni les favorece ni les perjudicа.
Pero la aceptación de esta hipótesis violenta los sentimientos casi
filiales hacia los 149 prohombres donostiarras que al frente de sus
autoridades civiles y eclesiásticas redactaron y firmaron el Manifiesto. En todo caso no cabe ser demasiado severos hacia unos
hombres terriblemente castigados por el golpe de la fortuna que,
para confirmar una verdad general, no cuidan de la exactitud de
un detalle particular.
En cuanto a lą nota del mariscal Alava, la afirmación más destacada de ella es que niega la responsabilidad inglesa o aliada en el
incendio de San Sebastián por el supuesto de que ellos no pudieron
haber tirado bombas sobre la Ciudad respecto de no tener mortero
alguno, sino en todo caso alguna granada y solamente a la muralla.
Pero el supuesto del mariscal vitoriano es totalmente gratuito у
falso, ya que en San Sebastián, a diferencia de otros sitios, se emplearon con toda seguridad morteros. He consultado con un experto sobre el sentido de la frase del general Rey en la que refiriéndose al enemigo dice: "il a tiré dans la journée une grande
quantité de boulets creux; il n'a jeté que quelques obus sur les
maisons incendiées", y me ha manifestado la opinión de que la
palabra obús viene a significar proyectil de mortero. Pero no es
en esta opinión donde se apoya la certeza del aserto, sino en numerosos testimonios fidedignos. De las 212 piezas de artillería que
emplearon los aliados en el asedio, 16 eran morteros de 10 pulgadas, y otro, éste español, de 12 pulgadas. Estos morteros con
otras piezas fueron desembarcados en Pasajes, donde llegaron
22 barcos con hombres y material de guerra para el asalto, v casualmente en el desembarco cayó al agua otro mortero más que
no se pudo recuperar (11).
En unas curiosas cartas del prócer donostiarra José Ignacio de
Sagasti a un amigo, y que Soraluce publicó en el Boletín de la
Real Academia de la Historia en 1897, se refieren interesantes y
curiosos datos sobre los sucesos que comentamos. En la carta del
23 de agosto, fechada en Usúrbil, afirma que en el casco, sin contar los barrios de San Martín y San Bartolomé, hay 80 y tantas
casas por tierra. "Una casa inmediata a la mía ha sido quemada por una bomba" (12). Con este testimonio se puede más que poner en duda las intenciones angelicales que Alava atribuye a los ingleses, que no arrojaban bombas más que a las murallas.
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(5) MODESTO LAFUENTE: Historia General de España, t. XXV (Madrid, 1861),
págs. 503-504. Véase este "Artículo de Oficio", publicado en la Gazeta del 4 de
noviembre, en el apéndice documental.
(6) La mayor parte de estos documentos fueron recopilados por el archivero D. BALDOMERO ANABITARTE y publicados con el siguiente título: Colección
de Documentos históricos del Archivo Municipal de la M. N. y M. L. Ciudad
de San Sebastián, publicado (sic) a expensas del Excmo. Ayuntamiento de la
misma por acuerdo de 22 de enero de 1895. Años 1200-1813 (San Sebastián, 1895).
El citado documento en la pág. 290.
(7) MIGUEL ARTOLA: Historia de la reconstrucción de San Sebastián. Ediciones del Excmo. Ayuntamiento de la Ciudad de San Sebastián (San Sebastián,
1963), pág. 76.
(8) OLAVIDE-ALVARELLOS-VIGÓN: Ob. cit., pág. 356.
(9) Véanse las dos cartas en el apéndice.
y
(10) "Le 26, le feu prit de nouveau á la ville en plusieurs endroits": MAJOR
BELMAS: Journaux des siéges faits et soutenus par les Français dans la Peninsule
(París, 1836), pág. 634, citado por A. BRIALMONT: Histoire du Duc de Wellington,
t. III (Bruselas, 1859), pág. 149.
(11) OLAVIDE-ALBARELLOS-VIGÓN: Ob. cit., pág. 340.
(12) PEDRO M. DE SORALUCE: Cartas inéditas referentes al sitio, bombardeo
y destrucción de San Sebastián, en "Boletín de la Real Academia de la Historia", 31 (1897), pág. 361.
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