jueves, 12 de septiembre de 2013

LOS RESPONSABLES DE LA DESTRUCCIÓN - El Duende de los Cafés

Parece ser que el pueblo donostiarra se percató enseguida de la conspiración de silencio que se fraguó en torno a la destrucción de San Sebastián. Para empezar a poner remedio a las consecuencias del desastre era necesario y urgente crear en la nación una conciencia de la injusticia padecida y movilizar la opinión favorable de los elementos gubernamentales. La Ciudad enviaría seguramente, como resulta lógico suponerlo, algunos emisarios a Cádiz para dar cuenta de los hechos al Gobierno e interesar su co laboración en orden a poner remedio a los males padecidos. Estos mismos emisarios, acaso al darse cuenta de las dificultades de su misión, se sintieron en la necesidad de dar a conocer públicamente el desastre padecido por su pueblo. Dos razones impulsan concebir esta suposición: la primera que los artículos publicados en El Duende de los Cafés tienen el aire de estar redactados por testigos presenciales de los hechos por lo detallados que resultan y por la viveza de su descripción; la segunda, la afirmación de Sagasti en sus mencionadas cartas, concretamente en una del mes de diciembre, en la que refiere que acaba de llegar de Cádiz un amigo suyo, el cual le ha dicho que fue uno de los que hicieron publicar en El Duende las cartas referentes a nuestro asunto y cuenta las mil dificultades con que tropezaron ante varios periodistas españoles, que se negaban a publicarlas.
El primero de los artículos publicados por el periódico gaditano sobre el tema lleva el título de San Sebastián destruida. Carta del brujo Mirringui Velaverde. La carta, dirigida por el supuesto brujo a un tío suyo, fue publicada en el número correspondiente al 27 de setiembre, cuando las víctimas del horrible suceso no habían tenido tiempo de reaccionar más que con las reuniones de Zubieta, la redaçción de las actas correspondientes y el envío al Duque de Ciudad Rodrigo de dos de las cuatro representaciones que le dirigió la Ciudad. 
La carta, que por su indiscutible interés reproducimos en el apéndice documental, es tajante al juzgar las responsabilidades y al acusar a los culpables, cuyo castigo exige perentoriamente a Wellington. A pesar de reproducirla en el apéndice, no nos resistimos a transcribir la siguiente frase, que hirió de modo más vivo al embajador inglés y que, como veremos más abajo, fue objeto de su denuncia especial: "Discurimos sobre estos hechos, y nuestra imaginación se pierde en un abismo insondable... Entretanto no nos olvidamos del comercio que en tiempo de paz hacía S. Sebastián con la Francia, y que tanto perjudicaba al de Gran Bretaña.. Nos acordamos de que era una plaza marítima, y que con poco costo tendría un puesto muy regular baxo un gobierno sabio. Y no contribuye poco a estas claras observaciones la certidumbre de qut el general Graham, retirado a Oyarzun, no convidó a los pueblos inmediatos a que acudiesen a apagar el fuego de la ciudad hasta el quinto día, en que todo estaba reducido a cenizas".
La paladina y valiente denuncia del brujo Mirringui Velaverde provocó otra Carta que me envían del otro mundo, que venía a puntualizar más en llaga viva el problema de la responsabilidaa de los crímenes cometidos. Apareció en el número del mismo periódico correspondiente al 4 de octubre y, a diferencia de la primera, se atreve incluso a poner en tela de juicio la honorabilidad e inocencia de Lord Wellington. Su autor, que firma como "E guardián de la fragata Mercedes", no deja un cabo suelto en sus hipótesis. Si quienes incendiaron, saquearon y cometieron tantos crímenes en la ciudad de San Sebastián, fueron las tropas, ¿que castigos deben imponerles sus jefes y qué medidas deben tomar para indemnizar a los perjudicados? Si las tropas obraron en virtud de orden arbitraria de sus respectivos generales de división v sin la del jefe de los ejécitos, ¿no debían haber expiado ya su atroz delito en la horca? "¿Y si el general en jefe Lord Wellington dio la orden...?".
El autor de esta carta encuentra un método expeditivo para juzgar quién era el verdadero responsable: "Si Lord Wellington manda arcabucear a los generales que entraron a saco con sus divisiones, quemaron y destruyeron la ciudad de San Sebastián, tomándose el tiempo de cuatro o cinco días para hacerlo con toda comodidad, claro está que obraron por voluntad propia; pero si no vemos un castigo semejante, las indemnizaciones correspondientes una satisfacción pública a la nación, cual exige un acontecimiento tan cruel e infame, quedará probado a la faz del globo, que general en jefe dio la orden. ¿Y entonces?".
El supuesto marino firmante termina por hacer un acto de fe en que el Gobierno español tomará las providencias necesarias contra los culpables a fin de evitar los perjuicios que puedan originarse en caso contrario por la desconfianza y deseos de venganza de los españoles contra el inocente pueblo inglés.
Las sospechas sobre la posible implicación del Mariscal de hierro se hacen todavía más intensa en otra "Carta" que con la firma de Goiburu reproduce el mismo periódico el 6 de octubre. La audacia del firmante llega a pretender dar al generalísimo inglés una lección con el ejemplo de los grandes generales españoles у más concretamente con el del Duque de Alba cuando entró en Lisboa el año 1581. Naturalmente no se hizo esperar la reacción contra estas valientes manifestaciones del periódico gaditano. 
El número del 10 de octubre vuelve sobre el tema, desacreditando las "hablillas de algunos mamarrachos indignos del nombre de español" que consideraban más prudente no hablar del caso para no disgustar al gabinete británico y otros que acusaban al periódico de hacer injustas reflexiones contra las tropas británicas. Esto se refería a corrientes de opinión de los propios españoles, de los mismos, sin duda, de los que se queja el Manifiesto de la Ciudad de San Sebastián. Pero los ingleses no dejaron tampoco de reaccionar vivamente contra las duras acusaciones de El Duende. El primero en hacerlo parece que fue el comandante general de Ingenieros Mr. Smith.
 En la réplica del diario de Cádiz al Sr. Smith se reconoce que, en efecto, un asalto no deja de producir desastres, pero se duele de los desastres producidos después del asalto: "El señor Smith Ilama desgraciado a aquel pueblo, y yo le pregunto: ¿Se tenía por tal aquella ciudad el día que entraron las tropas aliadas en ella? No por cierto: se tuvo por muy dichosa al ver en su seno a sus libertadores: ya no temia los insultos, las atrocidades y los ultrages de los franceses: ya se creía segura y en disposición de respirar un aire libre, pues si tan feliz se consideró en aquel instante, ¿quién la hizo después desgraciada?": Para confírmar sus supuestos el autor del artículo inserta una carta, remitida desde Zarauz, de un testigo presencial y víctima de la innoble conducta de los soldados, cuya testificación puede verse, como los demás artículos publicados por este periódico, en el apéndice documental. 
En el número del 14 de octubre El Duende volvía sobre el tema reproduciendo un artículo publicado en el periódico coruñés El Ciu dadano por la Constitución. Se trata de una carta firmada por las iniciales I. M. C. y fechada en Hernani el 9 de setiembre, la cual termina con un soneto alusivo que el autor de la carta dice ser de un amigo suyo y el cual no está desprovisto ni de valor literario ni menos de valor histórico-sentimental.  
Irritado por esta serie.de acusaciones graves y duras, el embajador inglés denunció a la Junta de Regencia los artículos en cuestión como calumniosos a la nación británica, a sus generales y tropas. La Regencia, a través de la Secretaría de Estado, encargó a la Junta Provincial de Censura la calificación de dichos artículos el estudio de la denuncia. La sentencia resultó contraria a los deseos del embajador de Su Majestad Británica y la Junta justificó el celo patriótico que manifestaban los artículos denunciados. No obstante deja a salvo los derechos que correspondían al denunciante a demandar de calumnia al autor o autores de los escritos si es que en la narración de los hechos se hubiese incurrido en falsedad. Con ello parece que en lugar de arreglar las cosas según los deseos del embajador Wellesley y de su hermano el Duque de Hierro, las dejaba peor para los encartados. Sobra decir que El Duende, en su decidida actitud de inculpar a los aliados la destrucción de San Sebastián, no dejó de llevar a sus páginas la copia del acta de la Junta Provincial de Censura que publicó en el número del 19 de octubre. Con estas acusaciones y las correspondientes polémicas el tema de las responsabilidades de San Sebastián se hizo del dominio público. Ya no era posible negar los hechos, pero sí interpretarlos según las informaciones o presiones recibidas, o según el partido an- glófobo o anglófilo en que se militase. Tampoco faltaron, según Gómez de Arteche, españoles que, por envidia a la prosperidad del país vascongado y odio a su sistema foral en que creían se fundaba aquélla, adoptaron una actitud contraria a los intereses donostiarras (21). Fue en esas circunstancias cuando, a petición del Ayuntamiento donostiarra, se instruyó la Información que hemos mencionado y, en consecuencia, se publicó el Manifiesto. 
Cuando los ingleses y sus serviles, abrumados por la evidencia de los hechos, pretendieron buscar una explicación o una causa a los crímenes cometidos en nuestra ciudad, no se percataban acaso de que esa actitud suponía la aceptación implícita de que fueron ellos los autores de la desoladora calamidad de San Sebastián.

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(21) GÓMEZ DE ARTECHE: Ob. cit., págs. 310-11.

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