El primero de los artículos publicados por el periódico gaditano sobre el tema lleva el título de San Sebastián destruida. Carta
del brujo Mirringui Velaverde. La carta, dirigida por el supuesto
brujo a un tío suyo, fue publicada en el número correspondiente
al 27 de setiembre, cuando las víctimas del horrible suceso no
habían tenido tiempo de reaccionar más que con las reuniones de
Zubieta, la redaçción de las actas correspondientes y el envío al Duque de Ciudad Rodrigo de dos de las cuatro representaciones
que le dirigió la Ciudad.
La carta, que por su indiscutible interés reproducimos en el
apéndice documental, es tajante al juzgar las responsabilidades y
al acusar a los culpables, cuyo castigo exige perentoriamente a
Wellington. A pesar de reproducirla en el apéndice, no nos resistimos a transcribir la siguiente frase, que hirió de modo más vivo
al embajador inglés y que, como veremos más abajo, fue objeto
de su denuncia especial: "Discurimos sobre estos hechos, y nuestra imaginación se pierde en un abismo insondable... Entretanto no
nos olvidamos del comercio que en tiempo de paz hacía S. Sebastián con la Francia, y que tanto perjudicaba al de Gran Bretaña..
Nos acordamos de que era una plaza marítima, y que con poco
costo tendría un puesto muy regular baxo un gobierno sabio. Y no
contribuye poco a estas claras observaciones la certidumbre de qut
el general Graham, retirado a Oyarzun, no convidó a los pueblos
inmediatos a que acudiesen a apagar el fuego de la ciudad hasta
el quinto día, en que todo estaba reducido a cenizas".
La paladina y valiente denuncia del brujo Mirringui Velaverde
provocó otra Carta que me envían del otro mundo, que venía a
puntualizar más en llaga viva el problema de la responsabilidaa
de los crímenes cometidos. Apareció en el número del mismo periódico correspondiente al 4 de octubre y, a diferencia de la primera, se atreve incluso a poner en tela de juicio la honorabilidad
e inocencia de Lord Wellington. Su autor, que firma como "E
guardián de la fragata Mercedes", no deja un cabo suelto en sus
hipótesis. Si quienes incendiaron, saquearon y cometieron tantos
crímenes en la ciudad de San Sebastián, fueron las tropas, ¿que
castigos deben imponerles sus jefes y qué medidas deben tomar
para indemnizar a los perjudicados? Si las tropas obraron en virtud
de orden arbitraria de sus respectivos generales de división v sin
la del jefe de los ejécitos, ¿no debían haber expiado ya su atroz
delito en la horca? "¿Y si el general en jefe Lord Wellington dio
la orden...?".
El autor de esta carta encuentra un método expeditivo para
juzgar quién era el verdadero responsable: "Si Lord Wellington
manda arcabucear a los generales que entraron a saco con sus divisiones, quemaron y destruyeron la ciudad de San Sebastián, tomándose el tiempo de cuatro o cinco días para hacerlo con toda
comodidad, claro está que obraron por voluntad propia; pero si no
vemos un castigo semejante, las indemnizaciones correspondientes
una satisfacción pública a la nación, cual exige un acontecimiento
tan cruel e infame, quedará probado a la faz del globo, que
general en jefe dio la orden. ¿Y entonces?".
El supuesto marino firmante termina por hacer un acto de fe
en que el Gobierno español tomará las providencias necesarias contra los culpables a fin de evitar los perjuicios que puedan originarse en caso contrario por la desconfianza y deseos de venganza
de los españoles contra el inocente pueblo inglés.
Las sospechas sobre la posible implicación del Mariscal de hierro se hacen todavía más intensa en otra "Carta" que con la firma
de Goiburu reproduce el mismo periódico el 6 de octubre. La
audacia del firmante llega a pretender dar al generalísimo inglés
una lección con el ejemplo de los grandes generales españoles у
más concretamente con el del Duque de Alba cuando entró en
Lisboa el año 1581. Naturalmente no se hizo esperar la reacción
contra estas valientes manifestaciones del periódico gaditano.
El número del 10 de octubre vuelve sobre el tema, desacreditando las "hablillas de algunos mamarrachos indignos del nombre
de español" que consideraban más prudente no hablar del caso para no disgustar al gabinete británico y otros que acusaban al periódico de hacer injustas reflexiones contra las tropas británicas. Esto
se refería a corrientes de opinión de los propios españoles, de los
mismos, sin duda, de los que se queja el Manifiesto de la Ciudad
de San Sebastián. Pero los ingleses no dejaron tampoco de reaccionar vivamente contra las duras acusaciones de El Duende. El
primero en hacerlo parece que fue el comandante general de Ingenieros Mr. Smith.
En la réplica del diario de Cádiz al Sr. Smith se reconoce que,
en efecto, un asalto no deja de producir desastres, pero se duele
de los desastres producidos después del asalto: "El señor Smith
Ilama desgraciado a aquel pueblo, y yo le pregunto: ¿Se tenía por
tal aquella ciudad el día que entraron las tropas aliadas en ella?
No por cierto: se tuvo por muy dichosa al ver en su seno a sus libertadores: ya no temia los insultos, las atrocidades y los ultrages
de los franceses: ya se creía segura y en disposición de respirar un
aire libre, pues si tan feliz se consideró en aquel instante, ¿quién la
hizo después desgraciada?": Para confírmar sus supuestos el autor
del artículo inserta una carta, remitida desde Zarauz, de un testigo
presencial y víctima de la innoble conducta de los soldados, cuya
testificación puede verse, como los demás artículos publicados por
este periódico, en el apéndice documental.
En el número del 14 de octubre El Duende volvía sobre el tema
reproduciendo un artículo publicado en el periódico coruñés El Ciu
dadano por la Constitución. Se trata de una carta firmada por las
iniciales I. M. C. y fechada en Hernani el 9 de setiembre, la cual
termina con un soneto alusivo que el autor de la carta dice ser de
un amigo suyo y el cual no está desprovisto ni de valor literario
ni menos de valor histórico-sentimental.
Irritado por esta serie.de acusaciones graves y duras, el embajador inglés denunció a la Junta de Regencia los artículos en cuestión como calumniosos a la nación británica, a sus generales y
tropas. La Regencia, a través de la Secretaría de Estado, encargó
a la Junta Provincial de Censura la calificación de dichos artículos
el estudio de la denuncia. La sentencia resultó contraria a los
deseos del embajador de Su Majestad Británica y la Junta justificó el celo patriótico que manifestaban los artículos denunciados.
No obstante deja a salvo los derechos que correspondían al denunciante a demandar de calumnia al autor o autores de los escritos
si es que en la narración de los hechos se hubiese incurrido en falsedad.
Con ello parece que en lugar de arreglar las cosas según los
deseos del embajador Wellesley y de su hermano el Duque de Hierro, las dejaba peor para los encartados. Sobra decir que El Duende, en su decidida actitud de inculpar a los aliados la destrucción
de San Sebastián, no dejó de llevar a sus páginas la copia del acta
de la Junta Provincial de Censura que publicó en el número del
19 de octubre.
Con estas acusaciones y las correspondientes polémicas el tema
de las responsabilidades de San Sebastián se hizo del dominio público. Ya no era posible negar los hechos, pero sí interpretarlos según las informaciones o presiones recibidas, o según el partido an- glófobo o anglófilo en que se militase. Tampoco faltaron, según
Gómez de Arteche, españoles que, por envidia a la prosperidad
del país vascongado y odio a su sistema foral en que creían se fundaba aquélla, adoptaron una actitud contraria a los intereses donostiarras (21). Fue en esas circunstancias cuando, a petición del
Ayuntamiento donostiarra, se instruyó la Información que hemos
mencionado y, en consecuencia, se publicó el Manifiesto.
Cuando los ingleses y sus serviles, abrumados por la evidencia
de los hechos, pretendieron buscar una explicación o una causa a
los crímenes cometidos en nuestra ciudad, no se percataban acaso
de que esa actitud suponía la aceptación implícita de que fueron
ellos los autores de la desoladora calamidad de San Sebastián.
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(21) GÓMEZ DE ARTECHE: Ob. cit., págs. 310-11.
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