CAPÍTULO I - SAN SEBASTIÁN EN 1813.
Al tratar de describir lo que era San Sebastián las vísperas de la fatídica fecha del 31 de agosto de 1813, no nos interesa hablar del barrio de San Martín, llamado así al parecer por la advocа ción de la capilla del hospital existente enfrente de dicho barrio hacia el mar, en el que se acogían unas ciento treinta personas entre enfermos, asilados ancianos, huérfanos y transeúntes pobres El barrio de San Martín, por donde pasaba el camino de Hernani, contaba con unas sesenta casas, algunas muy buenas, con sus balcones, cuyos habitantes se dedicaban a la agricultura, aparte de algunas pequeñas industrias. Tampoco entra dentro de nuestro objetivo describir el barrio de Santa Catalina, situado hacia el Oriente, a pocos pasos de la Puerta de Tierra, con unas diez casas, de cuya antigua iglesia de los templarios, dedicada a la virgen mártir, no queda ya rastro. Unos pasos más adelante se hallaba el puente de madera que salía a San Francisco, donde se albergaban cerca de cuarenta relígiosos que regentaban la Escuela Bascongada y predicaban sus sermones en esta lengua. Por este puente cruzaba el otro camino exterior de San Sebastián, que, a través del Chofre, iba hacia Pasajes. El barrio del Antiguo tenía su iglesia parroquial servida por un Padre dominico, que atendía a la escasa feligresía de los caseríos vecinos y a las religiosas de su Orden. En dirección opuesta se encuentra el lugar de Herrera, a media legua de la Ciudad, donde las famosas bateleras embarcan a los viajeros para atravesar el entrante de mar que constituye el puerto de Pasajes, suficientemente capaz para acoger cuantos barcos pretendan entrar en él, incluidos navíos de ciento cincuenta cañones. Al pie de cada uno de los montes que dan guardia a la entrada del puerto existen los respectivos barrios, que únicamente se comunican entre sí por barca, aunque se pueda hablar a viva voz de una banda a otra. Ambos barrios tienen su propia iglesia parroquial, la occidental dedicada a San Pedro y perteneciente a la jurisdicción de San Sebastián, y la oriental a San Juan, dentro de una cuña que pertenece a la demarcación de Fuenterrabía Allá está también la parroquia de San Marcial de Alza, que atiende a los feligreses de los caseríos circundantes. Fuera, pues, del recinto amurallado de San Sebastián no se pueden encontrar núcleos de casas de alguna importancia, aunque la población dispersa es numerosa, puesto que en el amplio radio de tres leguas se pueden contar unos mil caseríos (1).
El casco urbano
Antes del incendio del año 1813, la parte urbana de San Sebastián, es decir, la ciudad, ocupaba el mismo lugar que hoy tiene la Parte Vieja. La población quedaba aislada del exterior por el murallón que arrancaba del muelle, seguía hasta lo que hov es el Gobierno Militar, por la acera impar del Bulevar hasta el mercado de la Brecha. De allí iba de nuevo a encontrarse con el monte en las proximidades del rompeolas. La población se comunicaba con el exterior por dos puertas. La del mar, frente al muelle, y la de tierra, entre las calles de San Jerónimo y de Narrica. La Puerta de Tierra, llamada también del Arenal, entrada de la plaza fuerte y protegida por una barbacana, era de madera y tenía enfrente otra, empalizada. Entre ambas estaban el cuerpo de guardia, la escalera de acceso a la ronda de la muralla y el cuarto del oficial de guardia. Sobre las puertas, el Cristo de las Murallas y una Dolorosa. Una verja se abría en la Plaza Vieja, donde se hacía el relevo de la guardia (2). El interior del cuadro que formaban las murallas donde se asentaba la ciudad no era totalmente plano. Como en cierto modo se puede adivinar todavía, la parte central se hallaba hundida como consecuencia de una elevación de la cota de todo el perímetro y las aguas afluían hacia el centro provocando para esta zona graves problemas de saneamiento. El arquitecto D. Juan Manuel de Encío cree que este hecho podía haber sido originado a causa de los incendios y otras destrucciones que afectarían con mayor frecuencia a las zonas más externas y producirían una elevación de las mismas al hacerse las nuevas edificaciones sobre las ruinas de las antiguas. La estructura urbana quedaba influenciada por la traza perimetral de las murallas y podemos considerar que respondía a los "bastides" de la próxima región Sudoeste de Francia. Es decir, que se trataba de una estructura reticular de calles paralelas en direcciones Norte-Sur y Este-Oeste. Frente a esta estructura impuesta por la condición militar de la ciudad, se deben tener en cuenta las características urbanas impuestas por la condición comercial de la población. El privilegio de "puerto franco" de Navarra que le concedieron los monarcas fundadores, vino a constituir un indudable motivo de atracción de los mercaderes que organizaron su vida urbana sobre la base de este comercio de importación y exportación. El privilegio comercial suponía una circulación de mercancías entre las dos Puertas de la Ciudad, la del Mar y la de Tierra. Las características de la traza urbana de la ciudad comercial correspondían a un eje principal Este-Oeste, que arrancaba del frente del Puerto y que podemos considerar como el eje comercial de la vida local. Esta calle, calle del Poyuelo, estaba cortada trasversalmente por tres calles principales que se dirigían hacia el acceso de la Puerta de Tierra. Paralelamente a la calle del Poyuelo se encontraba la calle Esterlines y enlazando ambas el mercado de carne y pescado, de forma muy parecida a la actual calle Mayor de Zarauz (3). El comercio del puerto con el exterior se realizaba mejor a través de la calle Igentea.
El plano de Ugartemendía
El arquitecto D. Pedro Manuel de Ugartemendía nos dejó plano y una descripción de lo que era San Sebastián antes de destrucción en el nefasto día 31 de agosto de 1813 (4):
Calle de frente al Muelle.-La calle de frente al Muelle empezaba al pie del Castillo, tenía sus vistas con mucho despejo hacia el muelle, bahía o puerto, hallándose casi en su centro la única puerta de dicho muelle, que por lo mismo era muy concurrida de toda clase de gentes. Tenía dos comunicaciones comerciales con el resto de la Ciudad, una por el arco o cañón angosto de la torre del campanario, cuya anchura de sólo seis pies (5) hacía su uso incómodo y pesado, ya sea por lo ingrato de su subida como por la estrechez del paso. La segunda, por la calle de Igentea salía a la Plaza Vieja, la más cómoda para transportes, pero distante para las calles que se acercaban hacia el Castillo, cuyo movimiento hacía aumentar el gasto y retardaba las descargas. Frente a la citada puerta del muelle se observaba también mucha falta de extensión o despejo, por la proximidad de los edificios, en tales términos que los transportes quedaban repetidas veces engatillados en el paso, sin poder dar la vuelta, obstruyendo continuamente el uso importante de esta única puerta con perjuicio del comercio. La posición local de esta calle era inclinada en descenso agudo desde el pie del Castillo hasta la puerta del muelle, y desde aquí, casi horizontal hasta el Cuartel de Presidiarios. La línea que formaba esta manzana de casas, interrumpida únicamente con una escalera pública, era tortuosa y formada de casas muy pequeñas. El edificio de la Lonja, o Peso Real, se hallaba remontado respecto de la calle de Igentea en forma de anfiteatro y se comunicaba en él por medio de dos rampas de bastante base. Tenía este edificio público el defecto de no tener comunicación ninguna comercial por el lado que miraba al interior de la Ciudad por la calle del Campanario.
Callejuela del Angel.-Esta parte de población que existía forma de anfiteatro, en la colina derecha, se hallaba unida por Norte con la rampa de la torre del campanario, por Mediodía con la que se dirigía al Peso Real y angosto paso de Santiago y su centro con la escalera que salía al frente de la puerta del muelle; esta callejuela era fea, insana, su alineación tortuosa tenía de anchura 7-9 y 14 pies, terminando en 5,5.
Calle Nueva.-Esta calle, que se hallaba también en forma de anfiteatro respecto de la anterior, por el lado del Poniente quedaba cerrada con la manzana de casas que formaba la anterior callejuela y del Oriente sólo con el muro antiguo que por medio de varios arcos de paso se comunicaba con la calle del Campanario: en general las casas eran pequeñas y poco sanas, la anchura de esta calle era diversa, la entrada del Mediodía tenía 7 pies, enseguida de 14 a 16, terminando en una callejuela sin salida.
Calle del Cementerio.-Esta calle, que empezaba en la embocadura de la calle Mayor desde la misma Plaza Vieja, iba subiendo en rampa ingrata, angosta y tortuosa. La forma de esta calle era pesada, opacas las luces del día, peligrosa de noche у poco saludable. Su anchura, entre 10 a 15 pies. Por ser ésta la única comunicación, que con más comodidad se presentaba desde la Plaza del Castillo, y de donde se debían hacer los transportes de cañones, bombas, balas, pólvora, etc., se practicaban con dificultad y peligro de conductores, ya sea por la estrechez de sus diferentes gargantas como por la aspereza de su rampa y dirección tortuosa. У En el trazado de esta calle había casas de bastante extensión comodidad, particularmente en las montadas sobre el muro. A poca distancia de la subida o entrada de esta calle, desde la Plaza Vieja, se encontraba a su derecha una abertura de arco, que in troducía a una callejuela estrechísima, denominada Perujuancho con una salida cubierta de una sola persona. aue se encontraba izquierda, siendo en su interior tortuosa, escasa de luces, poco ventilada, sin ningún aseo, malsana y peligrosa.
Calle Mayor.-Esta calle, en su totalidad, era bastante regular; su entrada era desde la Plaza Vieja y se dirigía con bastante des pejo al centro de la puerta principal de la iglesia parroquial de Santa María. Su anchura, entre 18 y 22 pies. Se hallaba formada en general de buenas y capaces casas; en la inmediación de Ja expresada parroquia de Santa María terminaba esta calle, en una remontada escalinata, que formaba su atrio, cuyo obstáculo hacía retardar las comunicaciones comerciales con los de la calle de Tri nidad, en perjuicio de la economía pública.
Callejuela de la Escotilla o San Jerónimo.-Esta callejuela o estrecho paso, que empezaba desde la Plaza Vieia, continuaba en movimientos encontrados hasta la calle de la Trinidad, en que daba fin su línea tortuosa con esquinas encontradas: su estrechez de 8 a 12 pies hacía pesado y desagradable. La corta concurrencia del sol en la mayor parte de esta callejuela y la existencia de una alcantarilla, cuyas aguas minaban los cimientos de algunas casas con peligro de los habitantes, inutilizando igualmente los sótanos o cuevas subterráneas que eran tan comunes y apreciables en esta población, hacían que fuesen húmedas y frías sus habitaciones; sin embargo, eran deseadas por ser la comunicación más próxima a la Puerta de Tierra y Plaza Nueva. Las comunicaciones de esta callejuela con las de Embeltrán, Puyuelo, primera entrada de la Plaza, calle Iñigo y de la Trinidad, eran peligrosas a causa de las nuevas bocas o sumideros de caños que existían en medio de sus calles o andenes y fastidiosas por la falta de aseo que en ellas se notaba. Las casas que formaban esta calle eran por lo común muy pequeñas.
Calle Narrica.-La configuración de esta calle era aproximadamente horizontal y tenía una forma de curva irregular que empezaba en la Plaza Vieja y terminaba en la calle de la Trinidad, inmediato a la parroquia de San Vicente. Su anchura, de 17 a 22 pies. Casi a media distancia de esta calle se encontraba un paso oculto, aunque público, de una belena angostísima, que sólo daba paso con escasez a una persona, cubierta en su principio y que salía a la calle de San Juan. El uso de este paso era peligroso у asqueroso, por cuanto la vigilancia de la policía no alcanzaba a esta parte con el progreso que en otras. Esta calle, en su totalidad, se hallaba formada de muchas casas capaces, pero también de gran número de estrechísimas.
Calle de San Juan.La dirección de esta calle, asimismo, tenía sus tortuosidades parciales y variedad sensible en sus anchuras y encuentros de esquinas y su posición era también aproximadamente horizontal. Su anchura, de 20, 12 y 9 pies. Esta calle principiaba en la del Pozo inmediato al cubo del horno y terminaba en la calle de San Vicente. En toda la extensión había bastantes buenas casas, también estrechas y oscuras.
Calle de la Zurriola.-Esta calle, que empezaba en la de Santa Ana y terminaba en la de la Trinidad, corriendo por la espalda de la parroquia de San Vicente, erta también horizontal y algún tanto tortuosa; se hallaba arrimada por el Oriente al muro de la Zurirola. Su anchura, de 9, 12 y 14 pies. Su situacion era triste por esta parte, por estar privada en la primera extensión del sol del Mediodía y por el Poniente la proximidad de las elevadas paredes de la iglesia; sin embargo, su espalda, remontada sobre dicho muro, hacía agradable aquella parte en la temporada de verano, así como era fuerte e intolerable en el invierno. En esta calle existía un edificio destinado a matadero de reses, por ser este lado el más a propósito para el aseo por su proximidad al mar.
Calle de la Trinidad (hoy 31 de Agosto).-Esta calle empezaba en el arco de la torre del Campanario y concluía en la de la Zurriola por el costado de la iglesia de San Vicente; se componía de edificios más principales, como son: el Convento de Religiosas de Santa Teresa, iglesia parroquial de Santa María, Cárcel pública, Convento de Santo Domingo y la iglesia parroquial de San Vicente, además de edificios de bastante capacidad. En su longitud tenía algunas tortuosidades parciales que le restaban hermosura; con 20, 23 y 30 pies de anchura, su pavimento desde el arco de la torre del Campanario, bajaba en descenso suave hasta encontrar la rampa de la subida al Castillo en el ángulo de la iglesia de Santa María y la escalinata que en él se hallaba, de donde descendía al atrio de la iglesia; desde este punto al pavimento de la calle había otra escalinata menor; enseguida continuaba la calle, aunque al principio con un descenso algo rápido, después demasiado horizontal en términos, que las copiosas aguas que se juntaban en esta parte por el Castillo y demás edificios que se formaban, interrumpían el paso hacia la parte baja de la calle. Una parte crecida de aguas que bajaban a la esquina o rampa de la iglesia de Santa María se introducían en una alcantarilla cerrada y continuaban por debajo de todo el atrio de la iglesia hasta descubrirse al aire libre en la segunda escalinata, desde donde continuaban engrosadas con las que se juntaban por los lados, hasta embocar en el caño de la Zurriola; repetidas veces sucedía que habiéndose obstruido la boca del caño de la rampa del Castillo, corriese el torrente de aguas, engrosadas con las tierras por las escalinatas indicadas y atrio, y penetraban en el interior de la iglesia, causando considerables perjuicios con daño de la salubridad, anegándose de consiguiente casi todas las veces que llovía de lodo y agua toda la extensión de la calle.
La falta de libre comunicación de esta calle con la Mayor, que quedaba interrumpida con ambas escalinatas, hacía que el comercio de esta parte se alejara, a causa de la gran vuelta que tenían que dar los efectos que se hubiesen de transportar desde el muelle, por cuyo motivo era menos concurrida y triste la parte alta. Asimismo se observaba que la entrada de la iglesia se hallaba sofocada y sin el decoro debido a su destino a falta de un pórtico y plazuela que obligase a quedar aislada y fuera del contacto de los edificios particulares.
Callejuela de Juan de Bilbao.-Esta callejuela, aunque se hallaba con una línea bastante regular, era triste y de rara concurrencia en medio de estar situada entre las de San Jerónimo y Narrica, a causa de su estrechez, de 8, 9 y 12 pies.
Calle de San Vicente.-Esta calle, de forma bastante regular despejada, se hallaba completada de buenas casas. Su ancho con el pretil del atrio de 17 a 18 pies; empezaba en la calle Narrica terminaba en la Zurriola.
Calle de Iñigo.-Esta calle estaba formada en dos porciones, la primera empezaba en la Mayor y terminaba en la Plaza Nueva, la segunda daba principio en la misma Plaza y terminaba en la de Zurriola. En su totalidad tenía buenos edificios, aunque con diferentes interrupciones que afeaban; se hallaba con algún despejo en su primera parte, por su anchura, de 18 a 22 pies, además de la extensión de la plazuelita, pero la segunda era más triste y pesada por su estrechez, de 8 a 10 pies, en que terminaba; su posición, muy horizontal para el curso de las aguas, que caminaban con mucho retardo.
Plaza Nueva (de la Constitución, hoy 18 de Julio).La plaza, cuya forma cuadrangular era de 204 pies de línea mayor y de 135 menor, daba extensión bastante para la reunión del comercio diario, que se hacía en ella; tenía sus soportales o arcadas corridas en sus cuatro frentes, interceptadas por otras tantas bocacalles que en ella entraban; dos de ellas, que seguían de la calle de Iñigo, capaces para paso de carros y coches, y las otras de sólo caballerías; su posición muy horizontal, o más bien hundida respecto del todo para el curso corriente de las aguas. En la cabeza del Poniente se hallaba situada la Casa Concejil y del Consulado, con un soportal o arcada espaciosa; edificio bastante capaz y de excelentes salones, pero por sus formas exteriores, de estilo churrigueresco, hacía ridícula su decoración. Los demás costados del cuadrilongo se componían de tres series de arcadas uniformes, como asimismo las casas o frentes que sobre ella se cargaban. Los tres lados de esta Plaza se componían de casas muy estrechas y de muy poco fondo. Las escaleras eran estrechas, oscuras y agudas, de consiguiente peligrosas, y los cuartos interiores y cocinas, pesadas por la escasez de las luces, que recibían por pequeños patios parciales que tenían en sus espaldas; de manera que en las más tenían que trabajar casi todo el año con luz artificial por su defectuosa distribución. Hacía poco tiempo que la Ciudad enajenó todos esos edificios, reservándose únicamente el uso y señorío de los balcones que daban frente a la Plaza con el objeto de aprovecharlos en tiempo de públicos regocijos, para con su rendimiento subvenir a los gastos de la función.
Calle del Puyuelo.-Esta calle, la de mayor longitud de toda la Ciudad, principiaba en el arco de Santiago y terminaba en la de Zurriola o Santa Ana; su línea se componía de movimientos tortuosos parciales y esquinas encontradas, aunque en general se disimulaba este defecto. En su totalidad tenía buenos edificios, pero muchos muy estrechos; su pavimento, que se componía en la primera parte desde dicho arco de Santiago hasta encontrar la calle Mayor, descendía rápidamente en más de 20 pies de descenso, por cuyo motivo era esta parte muy penosa para el uso del comercio. Desde la calle Mayor hasta la de Zurriola era casi horizontal, más bien con el hundimiento defectuoso hacia la calle central denominada de San Jerónimo, a cuya alcantarilla concurrían las copiosas aguas que se juntaban por sus lados. 이 Las comunicaciones comerciales de esta calle, sin embargo de estar su principio en el dicho arco de Santiago, tan próximos con la puerta del muelle y el paseo Real, eran retardadas por la inmensa vuelta que tenían que dar irremisiblemente a causa de estar tapiado el arco menos una pequeña parte en que pasaba una persona con perjuicio de la economía pública. La anchura de esta calle al principio y en general era de 17 a 22 pies, terminando al último en sólo 12. En sus dos finales era triste a causa de la elevación de los muros o edificios del arco de Santiago y de Santa Ana. En medio de la calle existía un edificio que servía para la venta o reparto de la carne y aunque no dejaba de ser útil al vecindario esta posición central, era sin embargo notado y sensible en la temporada de verano por su fetidez, siendo también trabajoso para los cortadores por la necesidad que tenían de transportar la que se consumía diariamente, desde el matadero que existía en la calle de la Zurriola.
Callejuelas de Esterlines y de Lorenzio.-Estas dos, que seguían asimismo en próxima línea de inflexión, casi eran formadas de una clase de edificios por lo común estrechos; ambas de luces muy opacas, de consiguiente tristes y malsanas; su anchura no pasaba de 11 a 14 pies y el pavimento de la calle en la primera parte estaba hundido, con descenso de aguas a la alcantarilla de Ja calle de San Jerónimo, v en la otra, a las de Narrica y San Juan. En la Esterlines existía un edificio destinado a venta de pescado fresco, cuya situación tenía los mismos inconvenientes que el de la venta de carne o mayores por la calidad de la especie.
Calle de Embeltrán y de Iguera.-Estas dos calles daban principio en la Mayor y, atravesando las de San Jerónimo y Narrica, terminaban en la de San Juan; su posición casi horizontal hundida hacia la de San Jerónimo; la línea general muy angulosa y encontradas las esquinas; su anchura, de 16 a 17 pies en la de Embeltrán y de 12 a 16 en la de Iguera; la primera algo más despejada que segunda, pero ambas en general bastante pesadas. la
Calle de Igentea, Plaza Vieja y del Pozo.-Esta serie de casas que daba principio, en la inmediación del Cuartel de Presidiarios y terminaba en el de los Hornos, era la más interrumpida en su línea. Su empiece, estrecho y tortuoso, con gargantas de 14 a 16 pies de anchura, hacía embarazoso su uso para transportes de comercio por más concurrido a causa de ser esta avenida la única cómoda desde el muelle por donde pudiesen verificar su paso, por su situación próximamente horizontal. Al par de la calle Mayor recibía un ensanche iregular y así continuaba con diversos movimientos adentados hasta el par de la fuente pública en que se reducía el paso 36 pies, desde cuyo punto volvía a retirarse a manera de curva, llena de entradas y rincones hasta dar con la boca de la calle Narrica. En esta parte continuaba con más regularidad la calle del Pozo hasta el ángulo del almacén de artillería, con una anchura constante útil de 3 pies y retirándose en dicho ángulo del almacén terminaba la línea con una entrada irregular. Toda esta gran extensión se hallaba próximamente horizontal y con descansos proporcionados para las aguas. a El lado opuesto de esta parte por Mediodía cerraba una muralla de moderna fortificación formada en línea recta y remontada desde el pavimento de la calle en 40 pies de altura hasta el pretil interior. En el centro de esta muralla tenía una fortificación, quedando dividida la muralla total casi en dos partes iguales. A su pie o gola derecha, tenía la única puerta de tierra de capaz entrada y en los finales de las cortinas tenía a cada baluarte bajo y enseguida por su frente general un hornabeque, rebellín y camino cubierto, terminando todo en continuada explanada de proporcionada inclinación despejo. y Arrimada a dicha muralla por su parte interior existían varias casitas estrechas, más bien perjudiciales a la misma fortificación, por cuanto ocultaban el frente de la expresada muralla y estrechaban el paso interior. En esta misma parte se hallaba colocada la fuente pública y única con que se solía surtir el vecindario, prescindiendo de las que a mucha distancia se hallaban fuera de la Ciudad.
Al principio de la calle de Igentea se hallaba el cuartel de San Roque, en que solía estar la guarnición, y el otro denominado del Presidio al contacto de la muralla. En la extremidad de la muralla, por el lado del Poniente, al contacto del cuartel del Presidio, existía una rampa única aue se comunicaba desde el pavimento de la calle con el andén de la misma muralla, pero por su rápido descenso y dirección angulosa hacía que su uso, cuando había que montar cañones, morteros, etc., de varios tamaños y calibres, se practicase con peligro inminente de los individuos empleados. A pesar de los inconvenientes y defectos señalados, San Sebastián era una ciudad que estaba a la vanguardia en aquella época. Pocas poblaciones españolas podían presumir de tener las calles empedradas como la nuestra y las mismas casas no estaban tan mal construidas que no saliesen con ventaja en una comparación con las de otras ciudades de aquella época. Por eso su belleza y hermosura no dejaba de merecer elogios y la misma prensa inglesa la calificaba de "very nice town" y de "a once beautiful and regularly built city, with a wealthy and crowded population" (6).
Las fortificaciones
Como ahora lo es Santa Clara, en la antigüedad el monte Urgull constituyó una isla que se convirtió en itsmo al aglomerar el mar las arenas que unieron al continente el alto y áspero peñón. Entonces las faldas de este monte comenzaron a ser habitadas por los pescadores que veían en él un abrigo seguro para sus barcas contra las embestidas del mar. Su situación, por otra parte, se hacía muy idónea para levantar en ella un lugar fortificado. Por eso los Reyes de Navarra, en particular Sancho el Fuerte, se fijaron en este emplazamiento idóneo y estratégico para edificar una plaza fuerte. Los Reyes de la Reconquista, más tarde, no dejaron de prestar tampoco su atención a esta fortaleza, entre los que, de modo particular, hay que mencionar a los Reyes Católicos, que coronaron gloriosamente aquella empreta; y más tarde lo hicieron los titulares de las dinastías de Austria y Borbón.
A pesar de ello, en los primeros años del siglo pasado, la plaza de San Sebastián no podía estar considerada como una fortaleza de primer orden, ya que había quedado atrasado su sistema defensivo en relación a los avances logrados en aquella época por los medios ofensivos. A pesar de ello, podía ofrecer recursos suficientes para realizar una resistencia inteligente y heroica como realizó el general Rey con sus soldados franceses (7). La ciudad de San Sebastián formaba un cuadrilátero que estaba encerrado con murallas por todos los lados menos por el Norte que daba al monte Urgull. La parte opuesta, es decir, el Sur, era la más fortificada y en ella las murallas salían unos metros de las edificaciones, dejando espacio para el emplazamiento de la Plaza Vieja. La extensión de esta muralla meridional era de unos 350 metros y estaba flanqueada por un baluarte hacia su mitad: el llamado Cubo Imperial, por donde se entraba en la ciudad, y en sus extremos por dos medios baluartes que recibían los nombres de San Juan y Santiago. Estas obras no se hallaban adecuadas a los últimos sistemas defensivos, pero estaban precedidas de una suplementaria de mejor trazado y mayor robustez. Era un gran hornabeque con su contraescarpa, camino cubierto y glasis; todo bien estudiado para evitar en lo posible el paso de los asaltantes por sus flancos a las partes antes descritas. se El lado oriental y occidental estaban defendidos por una simple muralla sin salientes. Por esta última parte se hacía casi impracticable un ataque por las aguas de la bahía de la Concha. Pero ocurría lo mismo por su parte opuesta, a donde, con la marea baja, hacía posible el acceso por las dunas que se levantaban en que hoy es el Barrio de Gros, desde los cuales, además y desde las estribaciones y alturas de Ulía, la artillería podía batir con comodidad toda esa parte.
Esta era la situación de San Sebastián en 1813 en el momento que los aliados le pusieron sitio.
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CAPÍTULO II - SITIO Y DESTRUCCIÓN
A comienzos del verano del año 1813, los franceses fueron expulsados del territorio nacional por varios puntos del Pirineo. Pero quedaron en su poder varias plazas, entre las que destacaban las de Pamplona y San Sebastián. El 28: de junio de dicho año, el general Mendizábal se acercó a nuestra ciudad con un ejército compuesto de 7.000 a 8.000 soldados españoles al perseguir a Foy después del combate de Tolosa. Con Mendizábal venía el coronel Ugartemendía, que tenía a sus órdenes los tres batallones guipuzcoanos que mandaban Araguren, Larreta y Calbetón y algunos batallones más de vizcaínos. El general Rey había tomado sus medidas para la defensa de la plaza de San Sebastián. La guarnición francesa de la misma se componía de cerca de 3.500 hombres, incluyendo un destacamento de unos 700 soldados de la división Foy que se refugió en la plaza. Consciente de la importancia estratégica de las alturas de San Bartolomé, el general francés situó un batallón en el convento de aquel lugar y en una pequeña luneta que improvisó en el cementerio próximo. Ocupó también la cabecera del puente de Santa Catalina con un destacamento de 40 soldados, de los que algunos llegaban hasta el convento de San Francisco en la orilla derecha del Urumea, y con 25 hombres la isla de Santa Clara, cuya capilla fue convertida en un pequeño fuerte. El mismo día de la llegada de Mendizábal, loe franceses quemaron el barrio de San Martín y el de Santa Catalina, que no habían tenido tiempo de demoler. El día 29, sobre las siete de la tarde, las tropas españolas realizaron una tentativa para apoderarse del convento de San Bartolomé, que resultó infructuosa. Mendizábal carecía de artillería para el asedio de una ciudad. Por eso se limitó a cortar el aprovisionamiento de agua a la plaza, destruyendo el acueducto que la proveia, y ocupó Pasajes, haciendo prisionera a su guarnición, y Guetaria, donde los franceses lograron huir después de volar el polvorín, ocasionando la muerte de algunos guetarianos (1).
El 3 de julio llegó la marina inglesa para bloquear el puerto donostiarra, pero ella carecía todavía de suficientes medios para impedir que los marinos de San Juan de Luz se introdujeran de vez en cuando en la ciudad a favor de la oscuridad. Al puerto de Pasajes llegaron también varias naves inglesas con material de guerra para el asedio y con 26 cañones y 8 morteros. Fue el día 9 de este último mes cuando llegaron a San Sebastián las tropas aliadas bajo la dirección de Graham .Entonces las tropas españolas se retiraron del sitio para dirigirse a la frontera. Este hecho tuvo seguramente para San Sebastián una importancia capital, pues es de presumir que su suerte podía haber sido muy diferente de haber continuado las tropas españolas el sitio y asedio de la plaza. Pero la historia no se hace hipótesis y es preciso continuar la relación de los hechos tal como sucedieron. A la llegada de las tropas anglo-portuguesas, Wellington dejó Hernani para hacer un reconocimiento de la plaza y determinar el plan y lugar de ataque. Siguiendo el consejo del mayor Smith, el generalísimo inglés adoptó el mismo plan que había seguido el mariscal Berwick en el asedio de 1719, basado en la posibilidad de aprovechar la marea baja en la parte nordeste de la muralla. A este efecto y con el fin de abrir brecha en la muralla, que en la parte del río alcanzaba una altura de 14 metros, los aliados construyeron fuertes baterías en las alturas de la derecha del río Urumea, aprovechando las dunas existentes hasta el Chofre, y abrieron un camino cubierto por el lado de la antigua calzada de Pasajes hasta la orilla de dicho río. Estas baterías, armadas de 20 cañones de a 24 y 4 obuses de a 8 pulgadas, estaban destinadas a batir las dos torres_de Hornos y Amézqueta, que franqueaban aquel frente desde el de tierra hasta el baluarte extremo de San Telmo al pie del castillo. Satisfecho del estado en que quedaban las obras del sitio, Wellington salió el día 14 a ponerse a la cabeza del ejército en los Pirineos.
Desde el momento en que los aliados descubrieron su plan de ataque, el general francés hizo atrincherar y aspillerar en aquella línea todas las casas inmediatas de donde se pudieran defender las brechas que en ella se abrieran; se tapiaron la puerta de socorro del ángulo del frente de tierra y las salidas de las alcantarillas, y se construyeron barricadas que cerraran el paso a la ciudad si se asaltaban las brechas, sin estorbar, empero, la retirada de las tropas. defensoras al castillo, si eran batidas.
San Bartolomé
A pesar de que se había trazado el plan de ataque por la parte del Urumea, había que atender a otros puntos para hacer más fácil la ejecución del generalísimo inglés y principalmente a la altura de San Bartolomé, que así como dominaba la plaza, serviría para estorbar los trabajos dirigidos contra ella. Wellington había dejado la consigna de tomar la plaza del modo más rápido, pero sin comprometer nada por exceso de precipitación. Por eso, al día siguiente de su partida, tres columnas intentaron apoderarse del convento de San Bartolomé y las pequeñas trincheras que lo amparaban, pero el ataque fue detenido por los franceses con un vigor extraordinario, seguido de una salida de la guarnición que costó a los aliados más de 150 hombres. el El 16, las baterías de ataque lograron poner fuego al convento; incendio se propagó con tal rapidez que al atardecer no quedaba más que la mitad del edificio y la guarnición estuvo a punto de abandonarlo. Al día siguiente se repitió el ataque y, a pesar de que los franceses ofrecieron una dura resistencia, fueron obligados a desalojar su puesto, deshecho por el fuego y la artillería, y a refugiarse en las ruinas de San Martín. Se organizó entonces una batalla en toda la línea con la intervención masiva de tropas y de artillería. Un numeroso destacamento francés había salido de las murallas en auxilio de sus compañeros perseguidos, y por parte aliada tomaron parte unos 6.000 hombres. Contra las instrucciones de sus jefes superiores, los ingleses pretendieron apoderarse del reducto circular, pero fueron rechazados con grandes pérdidas, superiores a las francesas que padecieron durante las cuatro horas de esta batalla.
El ataque del 25 de julio
Los días siguientes a la conquista del convento y de las alturas de San Bartolomé, los aliados se dedicaron a bombardear las murallas. El 21 de julio, Graham ofreció la rendición a la plaza, pero el gobernador rechazó enérgicamente la propuesta, negándose a recibir al parlamentario. El día 22 a la tarde había sido derribada la muralla en una extensión de 50 metros, entre los cubos de Amézqueta y del de Hornos. Entretanto Welington llegó de nuevo y visitó los trabajos detalladamente. Siguiendo sus órdenes, se abrió el 23 una nueva brecha de 10 metros de ancho, entre Hornos y el baluarte de San Telmo, para que, asaltada con fortuna, pudieran sus ocupantes envolver la primera y facilitar así su conquista. Casi al mismo tiempo el fuego se apoderó de las casas situadas detrás de la brecha grande y que habían sido fortificadas por los franceses. Como el incendio se propagó con rapidez, no pudieron los sitiados salvar estas casas y tuvieron que aspillerar otras situadas en peor posición. Por otra parte, la falta de agua hacía difícil la extinción del incendio, pero afortunadamente se pudo lograr antes de que se extendiese más, gracias a que el viento no les jugó una mala pasada. a Enfrente de la muralla más amplia, la del itsmo, que da hoy la parte del Boulevard, los ingleses comenaron a construir una pa- ralela, detrás de la cual se situarían las tropas que fueran a atacar la zona. Durante estos trabajos dieron inconscientemente con el acueducto cortado por Mendizábal y siguiendo su trazado observaron que era posible colocar una mina en las murallas a la derecha del hornabeque, cuya potente explosión sería la señal del ataque del día 25.
A la mañana, bien temprano, de ese día, se habían situado 2.000 hombres en la paralela construida esperando la señal convenida para el ataque. La mina, con sus treinta barriles de pólvora y abun- dante arena y cascotes explotó convenientemente y sembró el pánico entre los defensores del hornabeque. Sin embargo su acción destructora no fue tan grande como se había previsto. En el mismo momento salieron de la paralela los soldados que esperaban la se- ñal y se acercaron hasta la muralla recorriendo unos 200 metros de espacio cubierto de pequeñas lagunas y rocas deslizantes. Tu- vieron tiempo los franceses de rehacerse de la sorpresa y ocupar sus puestos, que no habían sufrido grandes daños. En el momento en que la cabeza de los asaltantes se acercaba a la Zurriola comenzaron a disparar de frente y con fuego cruzado y a arrojar innume- rables bombas y granadas sobre ellos. Sorprendida la columna por esta tempestad de fuego y metralla, se detuvo y comenzó a separarse. Los más valientes gatean entre las piedras para subirse a la brecha a través del foso que no ha sido cubierto por el efecto de la explo- sión de la mina y encuentran allí la muerte; los demás vacilan y se deciden a huir. El fuego de los franceses se mezcla con el que realizan las baterías aliadas del Chofre y de San aBrtolomé, no bien dirigido, y se produce el más espantoso desorden, de suerte que Graham no logra hacer avanzar a las columnas de reserva. Los muertos, los moribundos, los heridos y los que huyen ruedan con- fundidos por las resbaladizas rocas que el mar acaba de dejar. Muchos ingleses se precipitan en el agua con el fin de escapar de la metralla y encuentran la muerte entre las olas. Finalmente, los ingleses, habiendo perdido lo mejor de sus tropas, se deciden a batirse en retirada. Cesa la matanza... Seguidamente las escenas de destrucción dejan paso a un espectáculo nuevo e impresionante. Los soldados de la guarnición se precipitan desde lo alto de las brechas para ir a llevar socorro a los heridos: amigos y enemigos son igualmente acogidos y atendidos. Aquellos mismos ingleses que pocos momentos antes eran rechazados con toda la intrepidez de la desesperación, son ahora atendidos por sus vencedores con la misma solicitud con la que atienden sus compañeros de armas. Se apresuran a retirarlos de entre los muertos; se les aplican los primeros remedios y se les transporta al interior a través de las mismas escalas que habían preparado para subir las murallas al asalto de la plaza. El general Rey, sobre la brecha, dirige y anima este gesto de humanidad, mientras que el general inglés, con muchos de sus oficiales, en pie sobre la altura de una trinchera, no puede disimular su sorpresa y admiración por semejante conducta. Este suceso produjo entre los ingleses numerosas bajas. Las cifras más reducidas que se leen en las fuentes inglesas arrojan 400 heridos y 100 muertos, entre los cuales se cuenta el coronel de Ingenieros Fletcher, que murió en lo alto de la brecha. Los franceses no parece que tuvieron más que 18 muertos y 49 heridos. El general Rey concedió a los sitiadores una tregua de algunas horas para retirar sus heridos y enterrar sus muertos, que de otro modo hubiera arrastrado la marea que subía.
Compás de espera
A las dos de la madrugada del día 26, Lord Wellington llegaba a San Sebastián desde su cuartel general de Lesaca. No pudo él renovar el ataque por falta de munición y artillería que había pedido al gobierno inglés desde hacía algún tiempo. Además le llegó al día siguiente el aviso de que el general Soult, después de haber deshecho las fuerzas de observación, había franqueado los Pirineos y se dirigía hacia San Juan Pied-de-Port. La noticia obligó a los aliados a convertir el sitio en bloqueo para disponer de una parte de las fuerzas del general Graham. Los sitiados aprovecharon este tiempo para extinguir el incendio que se había declarado en la ciudad, reparar los destrozos producidos en el sistema defensivo y reponer el material. De vez en cuando lograban entrar en el puerto, burlando la vigilancia inglesa, algunos barcos que venían de San Juan de Luz con provisiones y víveres.
Nada notable ocurrió durante tres semanas, a excepción de una salida que realizaron los franceses y que tuvo por resultado el сарturar 189 soldados aliados y la destrucción de una parte de los trabajos del asedio. El 15 de agosto, la guarnición celebró ruidosamente la festividad de San Napoleón. Durante todo el día se oyó el repique de las campanas y a la caída de la tarde el castillo fue iluminado y desde el campo aliado pudo contemplarse brillar sobre las rampas del monte un gran letrero luminoso con las palabras: Vive l'Empereur. Rechazado el Duque de Dalmacia en su intento de penetrar en España con el fin de socorrer a la plaza de Pamplona, los ingleses pudieron renovar sus esfuerzos más confiadamente para preparar el ataque a San Sebastián. Desembarcaron de nuevo la artillería que previsoramente habían embarcado en Pasajes y trajeron además nuevas piezas, de suerte que éstas sumaban ya 117, si bien no estaban suficientemente provistos de balas. El día 26 de agosto llegó Wellington y ese mismo día envió un destacamento de 200 hombres que se apoderó de la isla de Santa Clara, haciendo prisionera a su pequeña guarnición. Mientras tanto, 63 bocas de fuego tronaban contra San Sebastián al mismo tiempo. Las de San Bartolomé no producían gran efecto a causa de su lejanía, pero en compensación las otras no dejaron de producir importantes daños, abriendo amplios espacios en los cubos de Hornos y de Amézqueta. Además, para el día 30 se había logrado arruinar casi toda la artillería de la defensa.
El asalto
Lord Wellington inspeccionaba a las tres de aquella tarde el estado de las brechas y decidía el asalto para las once de la mañana del siguiente día, 31 de agosto, hora de la baja mar. Se puede decir que en efecto todo estaba preparado para el asalto. Prácticamente las dos brechas se habían unido en una sola con una extensión de 200 metros; el atrincheramiento interior estaba también casi del todo allanado y accesible en casi toda su extensión; abierta la cara del baluarte de San Juan, éste había dejado de ser un obstáculo mucho menos que insuperable. En ningún otro sitio de la Guerra de la Independencia habían empleado los aliados una fuerza artillera tan poderosa. Los sitiados, impotentes para contrarrestar tal fuego y obras tan próximas, desistieron de replicar a la artillería enemiga y se dedicaron a situar sus piezas en posiciones desde las cuales pudieran dominar la marcha de los asaltantes e impedir el alojamiento de éstos en las brechas. En ocasiones solemnes como la presente, el generalísimo inglés solía tener la costumbre de dar instrucciones muy detalladas y concretas a los subordinados. Recomendó a los asaltantes formar un alojamiento en lo alto de la brecha hasta que, acudiendo otras fuerzas de diferentes puntos, se pudiera continuar al ataque, y hacer también una demostración del lado del mar con alguna tropa de desembarco que distrajese de otro servicio a la guarnición del castillo. Encargó del mando al teniente general Leith, con las fuerzas designadas para el asalto, unos 3.000 hombres, pertenecientes a las brigadas Robinson, Hay y Spry, de la 5.a división inglesa, y el bataIllón número 5 de Cazadores de la brigada portuguesa Bradford. A estas tropas de la 5.ª división, acusadas de haber demostrado alguna flojedad en el asalto del 25 de julio, debían preceder 750 voluntarios llegados especialmente desde el Bidasoa como para dar una lección a aquéllas. Luego se cambió esta última disposición, pero no por ello se curó la herida infringida a la 5.a división en su amor propio. Amaneció el 31 de agosto, día oscuro de nubes y nieblas, como un presagio de lo que iba a ocurrir. Hasta las ocho de la mañana no hubo suficiente visibilidad para comenzar el fuego artillero, aunque después no se tomaron ni un solo instante de reposo. Poco antes de la hora señalada para el asalto ocurrió un suceso funesto que no pudo dejar de impresionar a las tropas inglesas. Nos referimos a la muerte del teniente coronel Sir Richard Fletcher, uno de los ingenieros más capacitados que enviaron los ingleses a la Península y cuyos restos mortales parece que descansan en el Cementerio de los ingleses del monte Urgull, si se atiende a las inscripciones y a algunas fuentes inglesas.
Y llegó la hora de las 11 de la mañana. Faltaba una hora para el momento de la bajamar. La brigada Robinson arrancó puntualmente de las trincheras del istmo, tomando el camino dejado seco por la marea y ensanchado por la artillería en los flancos del hornabeque. A esa señal iniciaron también la marcha desde el otro lado del Urumea 150 portugueses, conducidos por Snodgrass, y seguidos por un destacamento inglés a las órdenes del coronel M'Bean. El paso de la zona de minas supuso para los asaltantes ingleses algunas decenas de muertos, pero envueltos en una granizada de balas, metralla y bombas continuaron avanzando por el pie del muro, destrozado hasta la brecha. Pero desde ella y desde el muro inmediato no se descubría ninguna entrada a la ciudad; un escarpe de 25 pies de profundidad, y a cuyo pie se habían amontonado todo género de obstáculos, impedía la comunicación con el interior. Los franceses además se habían refugiado en los restos de tapias, tabiques y tejados que formaban un segundo recinto aspillerado que cubría aquel frente, y por si fuera poco un fuego vivo y mortífero de fusilería salía de dos robustos traveses situados en ambos flancos de la brecha y que la artillería del Chofre no había destruido del todo. No iban mejor las cosas en el medio baluarte de San Juan, donde los asaltantes que querían subir a la brecha encontraban una resistencia insuperable. Además los zapadores que los acompañaban no lograban formar el alojamiento que se habían propuesto, por lo que todos permanecían expuestos al fuego de los defensores, apoyados en un gran través, y al de tres piezas de artillería estratégicаmente situadas. Acudieron al asalto la mayor parte de las fuerzas de reserva y los voluntarios Ilegados del Bidasoa, a los que se hizo imposible contenerlos en las trincheras. Pero en cuanto llegaban a lo alto de la brecha caían envueltos en un humo espeso. Ante tan crítica_situación, Graham no cesaba de recomendar a los artilleros de ambos lados del río que intensificasen el fuego de sus piezas. Hubo un momento de esperanza para los asaltantes cuando el jefe de los citados voluntarios, teniente coronel Hunt, llegó a formar un pequeño alojamiento bastante seguro y cuando los portugueses lograron llegar hasta la brecha pequeña. Pero la artillería francesa y la segunda línea de defensa detrás de la brecha que alcanzaron los portugueses disiparon pronto esa esperanza.
Fue entonces cuando intervino la fortuna en un momento en que los defensores creían segura su victoria, y los asaltantes, incluído el general Graham, pensaban en una muerte heróica frente a las brechas. La fortuna vino, esa es la opinión general, en forma de un proyectil que fue a caer en un depósito de barriles de pólvora, bombas, granadas y otras materias inflamables que los franceses habían colocado tras la brecha con el fin de lanzarlos desde lo alto de sus posiciones en caso de que los ingleses hubiesen superado las líneas defensivas. La explosión fue tremenda; las llamas y el humo envolvieron a los beligerantes y al desvanecerse se pudo apreciar que más de trescientos granaderos franceses situados cerca de aquel lugar volaron por los aires, dejando el camino abierto a quienes ya desesperaban de entrar en la ciudad. Ya no había posibilidad de detener el torrente invasor, y el general Rey dio la orden general de retirada al castillo. Los ingleses, empezando por asaltar el primer través que flanqueaba la entrada, aunque no sin obstinada resistencia de los que lo seguían cubriendo a pesar de la explosión; los portugueses ocupando definitivamente la brecha pequeña, y los del lado del hornabeque desde el frente de tierra de que inmediatamente después se hicieron dueños, fueron, al compás unos de otros, extendiéndose por la población entre una imponente tempestad metereológica de relámpagos, truenos y lluvia. Cuando podían, los defensores se detenían a ofrecer resistencia; pero creciendo por momentos el número de los asaltantes que se precipitaban sobre los débiles obstáculos existentes, no tenían más remedio que replegarse con rapidez si no querían caer en manos de los enemigos. A pesar de ello, 600 6 700 franceses cayeron prisioneros antes de llegar a la fortaleza o al convento de Santa Teresa, convertido en su primer reducto. Lo que pasó después supera el rigor de la historia y constituye una de esas páginas que la humanidad debiera pasar poniendo la mano en los ojos para no sentir vergüenza de sí misma.
Las victimas
Se conoce con bastante aproximación el número de bajas que ocasionó el sitio y toma de San Sebastián entre las fuerzas aliadas y en la guarnición francesa. Pero cuando se trata de descubrir e! número de las víctimas que la destrucción de nuestra ciudad produjo en la población civil donostiarra, las fuentes resultan bastante más concisas. En los documentos que redactaron el Ayuntamiento y el pueblo de San Sebastián, tal como el borrador del Manifiesto fechado el 7 de enero, el mismo Manifiesto del 16 de enero y las testificaciones que le precedieron, no señalan personalmente más que una do cena de víctimas, las más distinguidas por su condición social o por el modo como se efectuó la muerte. Esas fuentes afirman, sin embargo, que hubo muchas más víctimas y en algún caso concretan algo más los datos para dar pie a que intentemos fijar con cierta audacia el número de víctimas que el sitio, asalto, destrucción y saqueo de la capital guipuzcoana produjeron en la población civil. Pero a este respecto es obligado hacer la distinción entre las víctimas directas de las tropelías que cometió la soldadesca indisciplinada, y las que se produjeron como consecuencia de la miseria en la que quedaron sumidas a resultas de la misma causa mil quinientas familias sin hogar, sin ropa y sin dinero ni alimentos. El citado borrador del Manifiesto señala la dolorosa impresión que producía ver salir de la ciudad desde el día 1 de septiembre en adelante a los habitantes que quedaron con vida. Raro era, dice, el que salía sin lesión; unos heridos, otros golpeados y estropeados, y to- dos casi desnudos En este estado de hambre, desnudez y miseria completa, muchos de los heridos no podrían sin duda reponerse de sus heridas y tendrían que perecer. Pero a las heridas se sumaron las enfermedades, y más concretamente la peste que se extendió entre la población donostiarra que se había refugiado en los alrededores de la ciudad (2). El citado borrador del Manifiesto expresa que después de la toma de la plaza se contaban sólo en la parroquia del Antiguo ocho a diez cadáveres diariamente y, a este tenor, en Loyola, Alza, Pasajes, Rentería, Hernani y otros pueblos hasta Tolosa, de manera que cuando llevaban a enterrar era sabido que eran de San Sebastián. En la representación que el Ayuntamiento Constitucional dirigió a la Regencia el 5 de febrero de 1814 se dice que a resultas del funesto accidente han muerto ya más de 1.200 víctimas; y en la que dirige el 20 de febrero se afirma que el hambre y la desnudez han provocado la muerte de la tercera parte de los que lograron salvarse del desastre. Si las 1.200 víctimas constituían la tercera parte de los que lograron salvarse del desastre, se podría concluir que sólo se salvaron del desastre unas 3.600 o a lo sumo 4.000 personas, cuando San Sebastián, con sus 1.500 familias, podría tener unos 7.000 habitantes. Pero esta conclusión no parece lícita, porque sabemos que muchos de los habitantes habían salido de la ciudad antes de la fatídica fecha, pues el general Rey dio orden de expulsar a muchos pobres y permitió que saliesen cuantas familias pudientes lo deseaban. Y esta tolerancia fue aprovechada por muchos donostiarras, los que se veía salir todos los días en número más o menos crecido. hasta casi la víspera del 31 de agosto, en que se dio el asalto. Por eso sería seguramente más lícito concluir de las mencionadas cifras que casi la mitad de los habitantes de San Sebastián habían salido de la ciudad antes del fatídico asalto.
De todos estos datos parece que se puede deducir que las víctimas directas de las tropelías de la soldadesca no fueron muy numerosas. A lo sumo algunas pocas decenas, pues de otro modo se hubiera reflejado en los documentos una insistencia mayor sobre el particular. Pero las víctimas indirectas -auténticas víctimas que de otro modo no hubieran muerto fueron más numerosas. y no existe fundamento histórico para rebajar la cifra de las 1.200 que el Ayuntamiento comunicaba a la Regencia del Reino.
Los daños materiales
El haber material de un pueblo no consiste solamente en los bienes cuantificables a los que se puede poner un precio. Existen otros bienes de carácter artístico, histórico o sentimental, cuyo valor no se puede calcular en dinero. El núcleo más importante de San Sebastián en este sentido se hallaba enclavado en la Plaza Nueva, hoy 18 de Julio, con su magnífica Casa Consistorial, que contenía un antiguo y precioso archivo de la ciudad, así como el archivo comercial del Consulado y el de las diez numerías o notariados con sus registros y escrituras. Por azares del destino o por mor de la malicia humana, la Plaza Nueva fue uno de los primeros lugares devorados por el fuego. El incendio y los saqueos provocaron también la pérdida de otros tesoros del patrimonio público, incluso en edificios que se salvaron del fuego, como los registros y objetos preciosos de las parroquias de Santa María y de San Vicente. A ello habrían de sumarse los innumerables objetos de valor artístico o histórico de propiedad privada, cuyo valor no será posible calcular jamás. Pero sí se podía calcular en moneda contante y sonante el valor de otros bienes cuyo inventario realizaron los comisionados de la ciudad y Consulado mediante una información judicial en la que oyeron a setenta y cinco testigos con el fin de dirigir y presentarla a la Comisión mixta de reclamaciones respectivas creada en Londres en virtud de acuerdo hispano-inglés. La reclamación no produjo ningún efecto positivo, pero gracias a esa información conocemos la cifra calculada de los daños materiales, cuyo montante de ciento dos millones y pico de reales de vellón se desglosa del siguiente modo (3): Pérdida del valor material de 600 casas destruidas por el incen- dio y valuadas como sigue:
CAPÍTULO III - LOS RESPONSABLES DE LA DESTRUCCIÓN
La Gaceta de Madrid del 9 de septiembre de 1813 publicaba escuetamente la siguiente noticia: "La desgraciada ciudad de San Sebastián padeció extraordinariamente: la mayor parte de ella fue saqueada y entregada a las llamas" (1). La noticia pareció, sin duda, demasiado escueta a los redactores del diario oficial y se sintieron obligados unos días más tardes a ampliarla con una larga nota fechada en Madrid el 13 de septiembre, que, sin embargo, venía a poner sordina a posibles clamores que se podían levantar en petición de justo castigo de los responsables. La nota, aparecida en el número correspondiente al 14 del mismo mes, confesaba que, de copiar las noticias recibidas sobre los sucesos de la toma de la plaza de San Sebastián, presentaría un cuadro de horror; pero manifiesta que se limita a extractar aquello que pueda hacer formar opinión, no sobre quiénes fueron responsables dei desastre, sino sobre la clase de guerra en la que los españoles estaban comprometidos. Viene a explicar luego la destrucción de la ciudad por el hecho de que casi no hubiese espacio que no estuviera minado y, aunque reconoce que los soldados se desmandaron, escribe que el frenesí de una tropa acalorada y ciega de furor contra el enemigo era inevitable en aquel momento. Declara luego que muchos de los delincuentes han pagado ya sus excesos en un suplicio: 50 han sido fusilados y 9 ahorcados!!! Pero la frase más notable de la nota merece transcripción textual y línea aparte:
Pero, ¿quiénes fueron los culpables? Dicho en otras palabras ¿existía la posibilidad de pedir cuentas a las personas responsables?
La cuestión fue debatida desde los primeros momentos en que ocurrió el desastre, tanto en el cruce de documentos como en libros, en folletos y libelos como en los periódicos, y posteriormente ha saltado también en algunas ocasiones a las columnas de la prensa diaria.
Las opiniones al respecto admiten todas las hipótesis posibles:
No cabe la posibilidad de otra hipótesis, pues, como ya es conocido, las tropas españolas no tomaron parte ni en el asedio ni en el asalto de la Ciudad. Es verdad que el ejército español del general Mendizábal, en el que se integraban tres batallones guipuzcoanos, al perseguir a Foy después del combate de Tolosa, atacó el primero el 29 de junio la posición de San Bartolomé, donde fue rechazado por los franceses. En los días siguientes ocuparon Pasajes, haciendo prisionera a su guarnición de 130 hombres, y Guetaria, que evacuaron los franceses volando el polvorín. Pero Mendizábal, sin recursos suficientes de artillería para un asalto, se conformó con romper el acueducto que abastecía a la guarnición de un elemento tan esencial como el agua, y fue a reunirse con las demás tropas españolas en la frontera, dejando libre el campo del sitio al ejército anglo-portugués, que lo ocupó el 10 de julio con las fuerzas que mandaba el general Graham (2). Si las cosas no hubieran ocurrido así y el asalto hubiera sido realizado por los españoles, seguramente el destino de San Sebastián habría corrido otra suerte, entre otras razones porque Mendizábal era partidario de atacar directamente el Castillo a través de sus laderas posteriores, con lo que las fuerzas francesas que guardaban las murallas hubiesen quedado desguarnecidas.
APENDICE
LETTRE DU GENERAL REY, COMMANDANT A SAINT SEBASTIEN, A S. EX. LE DUC DE FELTRE, MINISTRE DE LA GUERRE, EN DATE DU 26 JUILLET 1813
Monseigneur, Un officier parlementaire s'est présenté cet après-midi pour demander des renseignements sus plusieurs officiers qui leur manquent. Il paraissait très-inquiet sur le sort du colonel du ler. régiment Royal, qui a été tué sur la brèche. Il est certain que les Anglais ont perdu à l'assaut, un colonel, 4 lieutenans-colonels ou majors, et 42 officiers; que le nombre de sous-officiers et soldats est d'environ 1600, tant tués, blessés, que prisonniers, tous Anglais, et près de 300 Portugais. Les Anglais parlent de leurs alliés avec mépris. Cet officier a confirmé ce que les prisonniers avaient déjà dit, que leurs huit plus belles compagnies de grenadiers avaient totalement été détruites le jour de l'assaut. Dans la matinée, l'ennemi a embarqué 36 chaloupes de blessés; il a tiré dans la journée une grande quantité de boulets creux; il n'a jeté que quelques obus sur les maisons incendiées, ce qui m'a fait présumer qu'il commençait embarquer ses troupes. L'officier parlementaire nous a remerciés, au nom de son général, des soin qu'il nous a vus prendre de ses blessés. á La moitié de la ville est totalement détruite par le feu, la plus grande partie des maisons restantes sont extrêmement endommagées; on n'a pu encore parvenir à arrêter l'incendie; si le vent s'élevait, le reste de la ville serait perdu. C'est étonnant la quantité de munitions que les Anglais ont consommées avec leurs 45 bouches à feu constamment en action; la proximité de la mer et de la flotte pouvaient seules suffire á cette consommation.
Je continue á faire barricader par des traverses les rues de la ville, que je compte défendre pied á pied, si totute fois je venais á être obligé de quitter ma premiere ligne. V. E. peut compter que la garnison de Saint-Sébastien fera son devoir et continuera de donner des preuves de son absolu dévouement à notre auguste Empereur. Je prie V. Exc. d'agréer, etc. Signé, Rey
P. S. J'avais oublié de parler à V. Exc. des èchelles dont étaient munies les troupes ennemies à l'assaut et dans les chemin couvert, nous nous en sommes emparés. Le Moniteur Universel (París), N.° 226, Samedi 14 Août 1813.
LETTRE DU GENERAL REY, COMMANDANT A SAINT SEBASTIEN, A S. EXC. LE DUC DE FELTRE, MINISTRE DE LA GUERRE, EN DATE DU 27 JUILLET 1813
Monseigneur, Ce matin, à quatre heures, faisant une tournée des postes avancés de gauche avec M. le colonel Soujeon qui les commande, je me suis apperçu que plusieurs chaloupes quittaient la direction des batteries des sables pour rejoindre la croisiere, et je fe suis aussitôt convaincu que les batteries qui avaient battu en bréche étaient desarmées. Je me suis rendu aux postes avancés de terre ou l'ennemi avait cessé ses travaux. L'ennemi ne tirait plus. Je me suis décidé de suite à faire reconnaitre ses tranchées, et par un mouvement brusque le faire déployer et m'assurer de ce qu'il faissait. Je donnai donc l'ordre à deux compagnies de chasseurs de montagne du 3e. bataillon, aux voltigeurs du 62e. régiment, et aux sapeurs qui étaient aux travaux, de marcher rapidement aux boyaux, de détruire ou prendre tout ce qu'ils rencontreraient; l'artillerie reçut en même tems (sic) l'ordre de protéger la retraite de ces détachemens, et de foudroyer tout ce que l'ennemi enverrait au secours. Ainsi que je l'avais présumé, l'ennemi ne s'attendant pas à être attaqué à cette heure, la tranchée a été surprise, et tout ce qui y était, égorgé. La colonne, qui a pris la direction du faubourg Sainte-Catherine, s'est portée jusqu'au pont brûlé, et la 2e. est allée jusqu'aux maisons brulées de Saint-Martin. Le resultat de cette opération, qui a été conduite par M. le chef de bataillon Blanchard, avec intelligence et distinction, a été complet. Nous avons fait 381 prisonniers anglais et portugais, dont 9 officiers; 140 hommes anglais, voulant passer la riviére, se sont noyés; l'artillerie a fait un grand effet: l'ennemi, en moins d'une heure, a perdu seul plus de 1200 hommes, c'est-à-dire, presque tout ce qui était de tranchée. Cette affaire fait beaucoup d'honneur à la garnison. Les troules ont agi avec la plus grande vigueur. Les chasseurs de montagne, le 62e. et le sapeurs méritent les plus grands éloges. M. le lieutenant Dugas, des chasseurs de montagne, s'est particulièrement fait remarquer en s'elençant un des premiers dans les boyaux; il a été blessé. L'ennemi n'a fait feu qu'avec cinq pieces de bataille; une au mont Julien (sic pro Ulia), une a l'ancienne batterie de brèche, une à Saint-Bartholomé, et deux en avant de Saint-Bartholomé. Nous avons comblé ses travaux. L'ennemi a commencé à se rembarquer pour leves le siège. Cette ville méritait un meilleur sort; le vent ayant augmenté, nous faisons tous nos efforts pour en diminuer l'effet et arrêter l'incendie Je prie votre Excellence d'agréer, etc.
Signé, Rey
Le Moniteur Universel (París), N.° 226, Samedi 14 Août 1813.
CARTA DE WILLIAM DENT A SU PRIMO
San Sebastian, 9 th September, 1813
Mr. Anthony Harrison Esq. Barnard Castle Durham. England Dear Cousin, It is two months since I last wrote to you from Mondragon but It have received no news from you in return. I am sure you have written more than once since then so I imagine that the postal service is irregular. However, I hope to hear from you soon. A little while ago I received a letter from your sister -at least, it was written by her, but I suspect that the composition was not all her own work- chastising me for saying that I wouldn't write home any more. Quite naturally, I would have answered her before now if the social climate here were less disturbed, but since our arrival here, our lives have been constantly bombarded by the roar of canons. And, speaking of military matters -which you loveI must give you a few details of our failures and also of our successes here at San Sebastian. Our division relieved a former Spanish division early in July and made our first advance by storming a fortified Convent and its redout (small fort detached from the main one) outside the town. A battery of 18 pounders (heavy canons) and two Howitzers hammered it for three days but the French would not move from it. A Portuguese brigade was called in to -as we say "feel" (test) the
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