Entré de guardia de campo, y esto me libró de ir con el regimiento al servicio de la noche. En la noche de ayer a hoy y por la mañana hubo en San Sebastián un fuego horroroso de artillería y fusilería. Por la tarde no fue cosa. El fuego de ayer tarde fue un fuerte reconocimiento que hicieron los aliados en la brecha en que perdieron 500 hombres sin fruto. Este sitio le formaron sir Thomas Graham con su ejército de ingleses y portugueses. Por la parte de Vera se ha sentido mucho fuego de fusilería. Hoy entró Soult por Roncesvalles y Navarra con el objeto de socorrer a Pamplona. Tuvieron los franceses en sus campamentos revista.
(DIARIO DE UN OFICIAL EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA.1813-1814 - MATIAS DE LA MADRID)
3 y 4 - BATERÍAS DE FRAILENEA y ALDAPETA, terminadas el 19 de JULIO. Atacan el 25 de JULIO |
* El asalto del 25 de Julio:
Según las instrucciones dadas, a la explosión de la mina, debía iniciarse el asalto lanzándose simultáneamente una columna sobre la brecha principal y otra sobre el semibaluarte derecho del hornabeque; la primera debía ser inmediatamente seguida por un grupo de tropa elegida, que desde la cresta de la brecha, una vez ganada, escalaría el extremo de la cortina y se correría por ella; otras columnas debían seguirlas y rebasarlas para asaltar la segunda brecha.
No se habían repuesto de aún de este percance, cuando entraron en la batería de Fraser Sir George Collier, que mandaba la escuadra de bloqueo, con el Capitán Taylor, de la H.M.S. "Sparrow". Su intención era la de ser testigos del ataque, pero no habían pasado más que unos pocos minutos cuando un nuevo proyectil golpeó fuertemente a Taylor, ocasionándole un profundo corte en la cabeza y la fractura de una pierna. Lamentablemente para él, esta le será amputada al día siguiente.
La distancia a recorrer entre las trincheras y las brechas era aproximadamente de unos 300 metros, a través de una superficie dominada por las fortificaciones del hornabeque y del bastión de Santiago en el frente de tierra, y por el bastión de San Telmo, casi en la falda del monte. El terreno por el que se desarrollaría el ataque era muy resbaladizo como consecuencia de los musgos existentes en las rocas marinas, afloradas en la baja mar, y lleno de pequeñas lagunas y estanques que dificultarían notablemente la realización de las maniobras de manera ordenada y conjuntada.
Los muros del baluarte de Santiago estaban seriamente dañados, pero mantenían la fortificación en activo. Lo mismo pasaba con las torres de Hornos y de Amézqueta, que aunque se encontraban muy afectadas, estaban lejos de ser ruinas. Estos centros estratégicos fueron guarnecidos con fusileros y tropas de élite, hecho que aumentaría las dificultades del ataque aliado.
Gómez de Arteche recoge en su libro el momento de la siguiente manera:
"Las condiciones, pues, en que iban a atacar los ingleses eran malas, muy desventajosas, con la fatal circunstancia también de que el fuego de las baterías del Chofre, dirigido a mantener practicable la brecha y despejado el muro, sería de seguro incierto y acabaría por ofender a los asaltantes.
Es difícil poner en peores condiciones, a unas tropas no poco disgustadas ya con las órdenes y contraórdenes que recibieron durante su permanencia en las trincheras, y todo por las vacilaciones de su jefe, pudiéramos decir accidental, y la inobservancia de cuanto había dispuesto y recomendado su prestigioso generalísimo".
Los ingleses contaban con que la explosión de la mina, preparada en el conducto del viejo acueducto, al tomar a los franceses por sorpresa, haría que estos abandonaran las fortificaciones cercanas al río, apoderándose de ellas los aliados, una vez tomada fácilmente la desguarnecida brecha. Se contaba con que la marcha de la columna de ataque sería sangrienta, ya que sufriría a la vez del fuego del enemigo, el fuego de su propia artillería, sobre todo en la cabeza de la columna, como consecuencia de la orden de que esta no cejase en su objetivo de barrer los restos de las improvisadas defensas francesas. Pero una cosa es lo que se planea y otra bien distinta lo que sucede. Analicemos los sangrientos sucesos que se produjeron en este ataque.
A las 5 de la mañana, aprovechando la baja mar, empezó el ataque.
El recorrido de los primeros 250 metros no fue del todo penoso, ya que la explosión de la mina preparada en el acueducto, a pesar de no producir los destrozos deseados, descolocó a los defensores durante algún tiempo. Muchos llegaron a abandonar el hornabeque aterrorizados. Una lluvia de cascotes y escombros se desparramó por toda la superficie de las fortificaciones del frente de tierra. El estruendo fue enorme. Los defensores no esperaban esta detonación.
Las columnas atacantes avanzaron lo más pegadas posible a los muros de las fortificaciones para evitar el fuego que salía desde sus troneras. A lo largo de su recorrido, se vieron molestados principalmente por el lanzamiento de granadas, piedras y maderos sobre sus cabezas. En cuanto algún grupo se separaba unos metros de los muros, rápidamente era diezmado por el fuego de fusilería y metralla. El día aún no había despertado, por lo que todos estos sucesos ocurrían en medio de una oscura y cerrada noche.
La salida ya fue complicada desde el primer momento. No había suficiente terreno como para ordenar correctamente la formación de la columna, por lo que esta avanzó sin completarse completamente. Desde el primer momento, el asalto se convirtió en una carrera de multitudes hacia sus objetivos.
La Forlow Hope llegó a la brecha, y detrás de ellos el Coronel Peter Fraser con algunos de sus hombres, ya que la mayor parte de ellos se habían detenido en su camino, abriendo fuego contra una parte de la muralla que habían confundido como parte de la brecha, a consecuencia de la oscuridad reinante. Este grupo ocasionó un tapón en medio del recorrido, que carente de líderes y objetivos reales, no hacía sino obstaculizar el avance de los restantes efectivos.
Los Tenientes Campbell y Jones, con un grupo de valientes subieron a lo alto de la brecha principal. Una vez en su cima, descubrieron que no podían seguir avanzando, ya que tras el terraplén de escombros, cualquier acceso se encontraba cortado por una caída de casi diez metros de altura (los cálculos de esta altura varían de unos autores a otros, entre los cuatro metros a los diez. Personalmente el cálculo a la baja no me parece acertado, al no representar un "fabuloso" obstáculo al avance de las tropas). Los defensores habían limpiado la contraescarpa, logrando un desnivel casi infranqueable, no menor de seis metros de altura. Las casas que habían estado pegadas a los lienzos habían desparecido, y sus solares estaban llenos de estorbos, muebles rotos y demás accesorios que impedían el rápido avance de cualquier grupo atacante. Tras este espacio concebido para facilitar el trabajo a la muerte, una segunda línea defensiva compuesta por las fachadas de las casas y las barricadas que taponaban las calles que nacían entre sus muros, cerraba el conjunto, lleno de aberturas y resquicios que permitían realizar un devastador fuego de fusilería.
El Coronel Frazer avanzó con algunos hombres por el lateral de la brecha, hasta que las casas en llamas y las columnas de humo impidieron su paso. Su fuerte grito de "Síganme muchachos" se escuchó claramente, tal y como nos relata Richard Henegan en su obra, sobre el ensordecedor ruido que lo envolvía todo. Allí encontró la muerte. Greville, Cameron y el Teniente Campbell intentaron por todos los medios reorganizar a los hombres, ayudados por otros oficiales, lográndolo en algunos momentos. Campbell llegó a subir a la parte superior de la brecha en dos ocasiones, mostrando el camino a sus compañeros. En ambas ocasiones resultó herido.
El fuego de los defensores era abrumador. Los grupos que lograban llegar a lo alto de las violaciones eran rápidamente diezmados por los proyectiles. A ambos lados de la brecha, las dos torres que la flanquean, la de Hornos y la de Amézqueta, siguen estando algo elevadas, lo que hace de ellas privilegiadas posiciones para los tiradores de élite franceses. Los escombros y restos de la muralla comienzan a cubrirse de casacas rojas agonizantes o muertos, alcanzados por los disparos.
La confusión imperaba por todos lados. Las casas humeantes dificultaban aún más la visión de los atacantes. Algunas seguían aún en llamas. Desde la batería de 10 cañones del Chofre se disparaba contra los objetivos defensivos enemigos, cuando una de sus granadas impactó en la fachada ardiente de una de estas casas, derrumbándola sobre una compañía de soldados británicos. Este acontecimiento que hoy en día calificaríamos de "efectos del fuego amigo", es relatado por John Douglas, sargento del 3º Batallón del 1º de los Royal Scots.
Gleig nos relata otro de los momentos más tensos del ataque:
"Un súbito grito de "retirada, retirada" surgió en el preciso momento en que la primera compañía había ganado la cima de la muralla; cundió rápidamente el grito por toda la columna en el preciso momento en que unas casas que estaban pegantes al muro empezaron a arder, y todo fue confusión y desmayo. Los que estaban ya sobre la brecha se volvieron, chocando contra los que subían, que perdieron pie y muchos cayeron. El enemigo, envió una tremenda rociada de metralla, balerío y granadas, con todo lo cual la columna rápidamente perdió orden y concierto. Empezó, más que una retirada, una fuga por todo lo alto, y suerte tuvo el que pudo volver a cruzar el Urumea y escapar de la destrucción al abrigo de las trincheras".
Mientras tanto, la parte principal de las columnas atacantes permanecía inmóvil en medio del camino de acceso a las brechas, expuesta a un demoledor fuego de fusilería y de metralla. La cohesión de los hombres que formaban este grupo estaba destruida entre la confusión, los gritos y la muerte. Todo empeoró al mezclarse con los que huían presa del pánico.
Desde las baterías la visión era muy confusa. Según nos cuenta el Teniente Coronel Fraser, en un primer momento pensaron que solamente se trataba de un ataque simulado, pero cuando el humo empezó a disiparse y los primeros rayos de luz iluminaron la escena, se dieron cuenta del drama que realmente había sucedido tras el telón de la noche. Las baterías habían sido preparadas para abrir fuego contra diversos objetivos incluso en medio del asalto, pero la falta de visión impidió que estas pudiesen operar, por lo que no efectuaron disparos de manera organizada por temor a herir a sus compañeros.
Los portugueses, a quienes se había encomendado la misión de tomar el hornabeque, tampoco consiguieron sus objetivos, teniendo que retirarse tras recibir un duro castigo. Los efectos destructores de la mina no fueron los planeados, como ya hemos detallado, y estas tropas no contaban con que necesitarían llevar en su ataque escalas. Al no haber caído la pared de la fortificación, tuvieron que intentar escalar los muros, hecho que requería mucho tiempo, dando la posibilidad a los defensores franceses para organizar la defensa.
Pero para ilustrar de la mejor forma posible este suceso, lo mejor es que leamos a uno de sus principales protagonistas, el Teniente Campbell, cuyo relato está recogido en la obra de W.H. Fitchett "Fights for the Flag", publicada en Londres en 1898.
"Estaba oscuro, como usted sabe, cuando se dio la orden de avanzar. Todos, antes que yo, fueron de buena gana hacia delante, pero de manera muy desordenada, desde el primer momento, a partir de la formación previa al ataque, que se extendía por toda la longitud de la paralela en un frente de a cuatro. La paralela tenía capacidad para albergarlos en su interior, pero no era lo suficientemente ancha para que las tropas mantuvieran esta formación en el avance. Así, la salida desde la boca de la trinchera, hecha en la paralela, no era tan amplia como ésta, dejando salir solamente de dos en dos o de tres. El espacio que teníamos que recorrer entre esta salida y la brecha era de unas 300 yardas, y era muy irregular y quebrada a consecuencia de los grandes trozos de rocas que la marea baja había dejado húmedas y extremadamente resbaladizas, suficientes por sí mismas para haber aflojado y desordenado una formación compacta desde su origen, que junto al pesado e ininterrumpido fuego que se nos oponía, aumentó las dificultades para nuestro avance, que se parecía más al de hombres individualmente, que al de un cuerpo de ejército bien organizado y disciplinado.
Al llegar a unos treinta o cuarenta metros de la pared principal del bastión de la izquierda (se refiere al bastión de Santiago) hice una comprobación. No parecía haber más que un grupo de aproximadamente unos 200 hombres justo ante mí, y frente a la pared de esta fortificación, los de vanguardia de nuestro cuerpo devolvían el fuego que dirigían contra ellos desde el muro, en el que los barrieron en gran número, lo mismo que contra una trinchera que el enemigo había puesto a través del foso principal, retirándose una o dos yardas de la boca del mismo. Observé al mismo tiempo una gran intensidad de disparos en la brecha, y como la parte más grande de su parte derecha parecía estar tomada, como he descrito, frente al semi-bastión, era muy evidente que aquellos que habían entrado más allá de la brecha no debían de ser pocos en cuanto a su número, y a pesar de la resistencia que encontraron era evidente que ellos también eran imparables. Me esforcé con el jefe de mi destacamento en apoyarles, urgiendo a algunos de nuestros oficiales en intentar conseguir impulsar de nuevo nuestro grupo paralizado. Estos habían comenzado a disparar, y no había manera de moverlos. Por esto, le propuse al Teniente Clarke, que se encontraba al mando de una compañía ligera de los Royal, que dirigiera a ese grupo hacia la entrada de la derecha, con la esperanza de que, al ver cómo los sobrepasaban, posiblemente dejasen de disparar y les siguiesen. Nada más haberle hecho esta propuesta, este excelente joven fue muerto, lo mismo que muchos de mi unidad (9º de Infantería), y muchos de la compañía ligera de los Royal, que murieron o fueron heridos. Pasaron entre los pocos que quedaban de mi gente, la mayoría de ellos eran de la compañía ligera de los Royal, y algunos podrían haber llegado lejos, pero el grueso se detuvo. Su detención allí (frente al bastión), formó una especie de tapón entre las trincheras y la brecha, que los hombres ya conocían en su camino de vuelta (...) al llegar a la brecha, observé toda la parte inferior densamente sembrada de muertos y heridos. Había esparcidos algunos oficiales y hombres sueltos frente a la cara de la brecha, pero nada más. Estos se fueron animando, y valientemente se enfrentaban al denso y destructivo fuego dirigido contra ellos desde la torre redonda y otras defensas que había a cada flanco de la brecha, así como a una profusión de granadas de mano que estaban constantemente rodando hacia abajo. Subiendo, adelanté a Jones, de los Ingenieros, que había resultado herido, y al llegar a la cumbre recibí un disparo en la cadera derecha, y caí a la parte baja. La brecha, aunque muy accesible, era muy empinada, especialmente hacia la parte superior, de modo que todos los que eran alcanzados en la parte superior de la misma rodaban, como en mi caso hasta la parte más baja. Me di cuenta, al levantarme, que no estaba incapacitado para moverme, y al ver a dos oficiales de los Royal, que estaban intentando llevar a algunos de sus hombres por debajo de la línea de la pared cercana a la brecha, fui a ayudarles, y de nuevo subí a la brecha con ellos, cuando me dispararon en la parte interior del muslo izquierdo.
En el momento en que recibí mi segunda herida, el Capitán Arguimbeau, de los Royal, llegó cerca de la parte inferior de la brecha, trayendo con él unos ochenta o noventa hombres, animándolos y alentándolos a avanzar de manera muy valiente por todos los pasos que se ofrecían. Su avance era obstaculizado por la explosión de muchas granadas de mano que se dejaban caer sobre ellos desde el parte superior de la muralla. Los heridos se retiraban por medio de la línea de su avance (el espacio estrecho entre el río y la parte inferior de la muralla). Viendo, sin embargo, que los esfuerzos anteriores que se habían hecho, habían sido inútiles, y que no había ningún grupo de hombres cerca de ellos para apoyarles, y que todas las defensas y los alrededores de la brecha permanecían totalmente ocupados por el enemigo y a pleno fuego, y comprobando que se encontraban en total inferioridad, se desanimaron ante tales circunstancias. Imposibilitados para forzar su camino contra tanta oposición, ordenó a su unidad la retirada, y recibió, justo cuando hablaba conmigo, un disparo que le rompió el brazo.
Volví con él y su unidad, y en mi camino me vi mezclado con el 38º, cuyo avance se vio interrumpido por los heridos y los otros compañeros de los Royal que retrocedían.”
Ante el fracaso del ataque, las baterías aliadas reanudaron su mortífero fuego. Fue en este momento cuando el Teniente Coronel Fraser vio desde su batería como se asomaban varias figuras a lo alto de la brecha. Los proyectiles impactaban alrededor de ellos, con grave riesgo para sus vidas.
Cuando la luz de la mañana aumentó su intensidad, el contorno de la figura se hizo claramente perceptible, y el coronel Frazer pudo distinguir que se trataba de un oficial francés, que agitaba su espada, lanzando señales a las baterías inglesas. La singularidad de la circunstancia motivó que el Coronel Frazer detuviera inmediatamente el fuego de la batería, acción que fue inmediatamente correspondida desde la plaza, y un oficial fue enviado rápidamente para recibir una explicación de lo acontecido, amparado en la seguridad que se le ofrecía, al seguir en su posición el oficial francés con su espada apuntando a la tierra.
El fuego de las baterías aliadas estaba causando una gran mortandad entre los muchos heridos que seguían esparcidos por el camino utilizado en el ataque de las columnas, y en el terraplén de la brecha. Las explosiones estaban aumentando su sufrimiento enormemente, lo mismo que la visión de cómo la marea estaba subiendo amenazando con ahogar a muchos de ellos. El oficial francés no pudo soportar más esta situación, y arriesgando su propia vida, logró que los cañones enemigos callaran y se pactase un alto el fuego entre los dos bandos.
Inmediatamente saltaron hombres desde las trincheras y desde las brechas a socorrer a los heridos de ambos bandos y consolar a los moribundos. Desde las baterías se apreciaba claramente cómo eran retirados varios de sus compañeros hacia las líneas amigas, como es el caso del Teniente de Ingenieros Lewis, que era ayudado a regresar por dos sargentos y un zapador con una pierna menos, que un proyectil le había arrancado a la altura de la rodilla. Los heridos atendidos por los franceses, quienes no permitieron que los ingleses se encaramaran a la brecha por motivos de seguridad, fueron llevados al interior de la ciudad como prisioneros de guerra. Este fue el caso del Teniente de Ingenieros Jones, que había formado parte de la "Forlow Hope", y que había quedado herido en la parte superior de la brecha, sin poder regresar, por lo que fue transportado por cuatro granaderos franceses hacia el interior de la muralla.
Los prisioneros británicos heridos fueron concentrados en la iglesia de San Vicente, habilitada como hospital. Allí fueron atendidos entre otros donostiarras voluntarios por el párroco Don León Luis de Gainza, quienes les facilitaron ropas, camas, vino y el afamado y reconfortante chocolate que se consumía en esta ciudad.
Las pérdidas de los británicos, señaladas en la obra de Jones, se calcula que fueron las siguientes:
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