A las dos de la madrugada del día 26, Lord Wellington llegaba a San Sebastián desde su cuartel general de Lesaca. No pudo él renovar el ataque por falta de munición y artillería que había pedido al gobierno inglés desde hacía algún tiempo. Además le llegó al día siguiente el aviso de que el general Soult, después de haber deshecho las fuerzas de observación, había franqueado los Pirineos y se dirigía hacía San Juan Pied-de-Port. La noticia obligó a los aliados a convertir el sitio en bloqueo para disponer de una parte de las fuerzas del general Graham.
Los sitiados aprovecharon este tiempo para extinguir el incendio que se había declarado en la ciudad, reparar los destrozos producidos en el sistema defensivo y reponer el material.De vez en cuando lograban entrar en el puerto, burlando la vigilancia inglesa, algunos barcos que venían de San Juan de Luz con provisiones y víveres.
Nada notable ocurrió durante tres semanas, a excepción de una salida que realizaron los franceses y que tuvo por resultado el capturar 189 soldados aliados y la destrucción de una parte de los trabajos del asedio.
El 15 de agosto, la guarnición celebró ruidosamente la festividad de San Napoleón. Durante todo el día se oyó el repique de las campanas y a la caída de la tarde el castillo fue iluminado y desde el campo aliado pudo contemplarse brillar sobre las rampas del monte un gran letrero luminoso con las palabras : Vive l'Empereur.
Rechazado el Duque de Dalmacia en su intento de penetrar en España con el fin de socorrer a la plaza de Pamplona, los ingleses pudieron renovar sus esfuerzos más confiadamente para preparar el ataque a San Sebastián. Desembarcaron de nuevo la artillería que previsoramente habían embarcado en Pasajes y trajeron además nuevas piezas, de suerte que éstas sumaban ya 117, si bien no estaban sufucientemente provistos de balas.
El día 26 de agosto llegó Wellington y ese mismo día envió un destacamento de 200 hombres que se apoderó de la isla de Santa Clara, haciendo prisionera a su pequeña guarnición. Mientras tanto, 63 bocas de fuego tronaban contra San Sebastián al mismo tiempo. Las de San Bartolomé no producían gran efecto a causa de su lejanía, pero en compensación las otras no dejaron de producir importantes daños, abriendo amplios espacios en los cubos de Hornos y Amézqueta. Además para el día 30 se había logrado arruinar casi toda la artillería de la defensa.
CONTINUARÁ .................................
¿QUIEN DESTRUYÓ SAN SEBASTIÁN? / JUAN BAUTISTA OLAECHEA
jueves, 28 de junio de 2012
sábado, 23 de junio de 2012
SITIO Y DESTRUCCIÓN - 03 - El ataque del 25 de julio
Los días siguientes a la conquista del convento y de las alturas de San Bartolomé, loa aliados se dedicaron a bombardear las murallas. El 21 de julio, Graham ofreció la rendición a la plaza, pero el gobernador rechazó enérgicamente la propuesta, negándose a recibir al parlamentario.
El día 22 a la tarde había sido derribada la muralla en una extensión de 50 metros, entre los cubos de Amézqueta y el de Hornos. Entretanto Wellington llegó de nuevo y visitó los trabajos detalladamente. Siguiendo sus órdenes, se abrió el 23 una nueva brecha de 10 metros de ancho, entre Hornos y el baluarte de San Telmo, para que, asaltada con fortuna, pudieran sus ocupantes envolver la primera y facilitar así su conquista.
Casi al mismo tiempo el fuego se apoderó de las casas situadas detrás de la brecha grande y que habían sido fortificadas por los franceses. Como el incendio se propagó con rapidez, no pudieron los sitiados salvar estas casas y tuvieron que aspillerar otras situadas en peor posición.Por otra parte, la falta de agua hacía difícil la extinción del incendio, pero afortunadamente se pudo lograr antes de que se extendiese más, gracias a que el viento no les jugó una mala pasada.
Enfrente de la muralla más amplia, la del itsmo, que da hoy a la parte del Boulevard, los ingleses comenzaron a construir una paralela, detrás de la cual se situarían las tropas que fueran a atacar la zona. Durante estos trabajos dieron inconscientemente con el acueducto cortado por Mendizábal y siguiendo su trazado observaron que era posible colocar una mina en las murallas a la derecha del hornabeque, cuya potente explosión sería la señal del ataque del día 25.
A la mañana, bien temprano, de ese día, se habían situado 2.000 hombres en la paralela construida esperando la señal convenida para el ataque. La mina, con sus treinta barriles de pólvora y abundante arena y cascotes explotó convenientemente y sembró el pánico entre los defensores del hornabeque. Sin embargo su acción destructora no fue tan grande como se había previsto. En el mismo momento salieron de la paralela los soldados que esperaban la señal y se acercaron hasta la muralla recorriendo unos 200 metros de espacio cubierto de pequeñas lagunas y rocas deslizantes. Tuvieron tiempo los franceses de rehacerse de la sorpresa y ocupar sus puestos, que no habían sufrido grandes daños. En el momento en que la cabeza de los asaltantes se acercaba a la Zurriola comenzaron a disparar de frente y con fuego cruzado y a arrojar innumerables bombas y granadas sobre ellos. Sorprendida la columna por esta tempestad de fuego y metralla, se detuvo y comenzó a separarse. Los más valientes gatean entre las piedras para subirse a la brecha a través del foso que no ha sido cubierto por el efecto de la explosión de la mina y encuentran allí la muerte; los demás vacilan y se deciden a huir. El fuego de los franceses se mezcla con el que realizan las baterias aliadas del Chofre y de San Bartolomé, no bien dirigido, y se produce el más espantoso desorden, de suerte que Graham no logra hacer avanzar a las columnas de reserva. Los muertos, los moribundos, los heridos y los que huyen ruedan confundidos por las resbaladizas rocas que el mar acaba de dejar. Muchos ingleses se precipitan en el agua con el fin de escapar de la metralla y encuentran la muerte entre las olas. Finalmente, los ingleses, habiendo perdido lo mejor de sus tropas, se deciden a batirse en retirada. Cesa la matanza ......
Seguidamente las escenas de destrucción dejan paso a un espectáculo nuevo e impresionante. Los soldados de la guarnición se precipitan desde lo alto de las brechas para ir a llevar socorro a los heridos: amigos y enemigos son igualmente acogidos y atendidos. Aquellos mismos ingleses que pocos momentos antes eran rechazados con toda la intrepidez de la desesperación, son ahora atendidos por sus vencedores con la misma solicitud con la que atienden a sus compañeros de armas. Se apresuran a retirarlos de entre los muertos; se les aplican los primeros remedios y se les transporta al interior a través de las mismas escalas que habían preparado para subir las murallas al asalto de la plaza. El general Rey, sobre la brecha, dirige y anima este gesto de humanidad, mientras que el general inglés, con muchos de sus oficiales, en pie sobre la altura de una trichera, no puede disimular su sorpresa y admiración por semejante conducta.
Este suceso produjo entre los ingleses numerosas bajas. Las cifras más reducidas que se leen en las fuentes inglesas arrojan 400 heridos y 100 muertos, entre los cuales se cuenta el coronel de Ingenieros Fletcher, que murió en lo alto de la brecha. Los franceses no parece que tuvieron más que 18 muertos y 49 heridos.
El general Rey concedió a los sitiadores una tregua de algunas horas para retirar sus heridos y enterrar sus muertos, que de otro modo hubiera arrastrado la marea que subía.
CONTINUARÁ .................................
¿QUIEN DESTRUYÓ SAN SEBASTIÁN? / JUAN BAUTISTA OLAECHEA
El día 22 a la tarde había sido derribada la muralla en una extensión de 50 metros, entre los cubos de Amézqueta y el de Hornos. Entretanto Wellington llegó de nuevo y visitó los trabajos detalladamente. Siguiendo sus órdenes, se abrió el 23 una nueva brecha de 10 metros de ancho, entre Hornos y el baluarte de San Telmo, para que, asaltada con fortuna, pudieran sus ocupantes envolver la primera y facilitar así su conquista.
Casi al mismo tiempo el fuego se apoderó de las casas situadas detrás de la brecha grande y que habían sido fortificadas por los franceses. Como el incendio se propagó con rapidez, no pudieron los sitiados salvar estas casas y tuvieron que aspillerar otras situadas en peor posición.Por otra parte, la falta de agua hacía difícil la extinción del incendio, pero afortunadamente se pudo lograr antes de que se extendiese más, gracias a que el viento no les jugó una mala pasada.
Enfrente de la muralla más amplia, la del itsmo, que da hoy a la parte del Boulevard, los ingleses comenzaron a construir una paralela, detrás de la cual se situarían las tropas que fueran a atacar la zona. Durante estos trabajos dieron inconscientemente con el acueducto cortado por Mendizábal y siguiendo su trazado observaron que era posible colocar una mina en las murallas a la derecha del hornabeque, cuya potente explosión sería la señal del ataque del día 25.
A la mañana, bien temprano, de ese día, se habían situado 2.000 hombres en la paralela construida esperando la señal convenida para el ataque. La mina, con sus treinta barriles de pólvora y abundante arena y cascotes explotó convenientemente y sembró el pánico entre los defensores del hornabeque. Sin embargo su acción destructora no fue tan grande como se había previsto. En el mismo momento salieron de la paralela los soldados que esperaban la señal y se acercaron hasta la muralla recorriendo unos 200 metros de espacio cubierto de pequeñas lagunas y rocas deslizantes. Tuvieron tiempo los franceses de rehacerse de la sorpresa y ocupar sus puestos, que no habían sufrido grandes daños. En el momento en que la cabeza de los asaltantes se acercaba a la Zurriola comenzaron a disparar de frente y con fuego cruzado y a arrojar innumerables bombas y granadas sobre ellos. Sorprendida la columna por esta tempestad de fuego y metralla, se detuvo y comenzó a separarse. Los más valientes gatean entre las piedras para subirse a la brecha a través del foso que no ha sido cubierto por el efecto de la explosión de la mina y encuentran allí la muerte; los demás vacilan y se deciden a huir. El fuego de los franceses se mezcla con el que realizan las baterias aliadas del Chofre y de San Bartolomé, no bien dirigido, y se produce el más espantoso desorden, de suerte que Graham no logra hacer avanzar a las columnas de reserva. Los muertos, los moribundos, los heridos y los que huyen ruedan confundidos por las resbaladizas rocas que el mar acaba de dejar. Muchos ingleses se precipitan en el agua con el fin de escapar de la metralla y encuentran la muerte entre las olas. Finalmente, los ingleses, habiendo perdido lo mejor de sus tropas, se deciden a batirse en retirada. Cesa la matanza ......
Seguidamente las escenas de destrucción dejan paso a un espectáculo nuevo e impresionante. Los soldados de la guarnición se precipitan desde lo alto de las brechas para ir a llevar socorro a los heridos: amigos y enemigos son igualmente acogidos y atendidos. Aquellos mismos ingleses que pocos momentos antes eran rechazados con toda la intrepidez de la desesperación, son ahora atendidos por sus vencedores con la misma solicitud con la que atienden a sus compañeros de armas. Se apresuran a retirarlos de entre los muertos; se les aplican los primeros remedios y se les transporta al interior a través de las mismas escalas que habían preparado para subir las murallas al asalto de la plaza. El general Rey, sobre la brecha, dirige y anima este gesto de humanidad, mientras que el general inglés, con muchos de sus oficiales, en pie sobre la altura de una trichera, no puede disimular su sorpresa y admiración por semejante conducta.
Este suceso produjo entre los ingleses numerosas bajas. Las cifras más reducidas que se leen en las fuentes inglesas arrojan 400 heridos y 100 muertos, entre los cuales se cuenta el coronel de Ingenieros Fletcher, que murió en lo alto de la brecha. Los franceses no parece que tuvieron más que 18 muertos y 49 heridos.
El general Rey concedió a los sitiadores una tregua de algunas horas para retirar sus heridos y enterrar sus muertos, que de otro modo hubiera arrastrado la marea que subía.
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